viernes, 10 de octubre de 2008

Diario: Nro. 14 - 02-06-08


Hay una soledad soleada, que yo no conocía y descubrí hace poco. Hasta ahora únicamente sabía de la soledad de la madrugada, la hora cero, como me gustaba llamarla, negra y profunda, vacío de las calles del microcentro a las 7 de la mañana que parece una trasnoche y sentía amigable con su poquísima gente, su silencio envolvente tremendamente terso, su atmósfera de casa deshabitada.
Sin embargo, encontré que existe otra soledad, distinta, asociada a otro escenario. ¿Cuántas soledades más habrá? Esta nueva es como una persistencia, un aroma, un hueco luminoso en la realidad de las calles de Paternal. Alrededor de las 9 de la mañana la presencio como un milagro que se repite todos los días mientras camino sus veredas y canto las canciones que traigo conmigo. No sé por qué me siento así, pero me siento sola y viva. Y los sábados la sensación es mayor, la quietud es mayor, la ausencia es mayor, y todo se asemeja a una escenografía en suspenso, como una orquesta a punto de empezar un concierto. Y me da como vergüenza decirlo, pero siento que en esos momentos soy un poco feliz, que la angustia que siempre está adherida a mí cuando me despierto se evapora, aunque quizás sólo se esté escondiendo de la luz. Todo está detenido, todo puede ser y no es, todo es todo y nada al mismo tiempo. Y yo canto y sonrío cuando nadie me ve, mientras piso la alfombra de hojas.








No hay comentarios: