domingo, 23 de enero de 2011

Diario: Nro. 45 - 31-12-10


Aquí y Ahora

Para los que creemos que sólo existe el presente, el año que empieza es una abstracción, un artificio de la mente, una ilusión de días por nacer. El pasado es un collage de vivencias que anidan en algunas neuronas, es un rumbo marcado por la experiencia, unos pasos que nos llevan hacia un lugar y no a otro, una manera de sentir y de mirar que nos moldeó la vida. El futuro es un sueño, esperanzas, deseos, planes, cosas que pensamos que van a suceder, sucesos que no sabemos si tendrán lugar, acontecimientos que ansiamos que ocurran... Ni uno ni otro existen; sencillamente no son, porque lo único que verdaderamente es es el ahora.
Para todos los que lean esto, mi anhelo, ahora, es que vivan cada momento presente con total plenitud, abrazando las vicisitudes con las que la vida nos muestra quiénes somos realmente y qué fuerzas de perseverancia, de cambio o de aceptación alojamos, muchas veces sin saberlo, en nuestro interior; que puedan reconocer y sentir, en este presente incesante, la profunda fortaleza de todo ser, la libertad inseparable del espíritu, el amor como énfasis existencial, la paz absoluta que reposa debajo de todo ánimo y la alegría de ser en este segundo infinito, de ser un pedacito humano de un mundo devastadoramente hermoso y plural, de estar vivos Aquí y Ahora.



Diario: Nro. 44 - 24-12-10


Celebración

Familia y turrón. Y vitel thoné, matambre de mamá, piononos y panes dulces también de mamá, porque si no qué otros podrían ser tan ricos. 4 chicos, seis padres, mamá y yo, y las diferencias religiosas que no interfieren con un amor siempre verde, como el plástico que envuelve, desflecado, las ramas de alambre del arbolito.
Yo no creo en la navidad, ni en dios. Creo en el amor, en la energía vital que llevamos adentro y que nos hace pertenecer a este universo asombroso, a este mundo bellísimo que nos resiste, generosa y tozudamente, las agresiones y tanta indolencia. Somos parte de la vida, somos hermanos del cielo y de las flores, somos el olor de la tierra y el color de los bosques. El sol somos. Y el oxígeno que nos penetra la tráquea hasta ese otro árbol, el de los bronquios. Y la rica sangre que nos baña las células de pensar, de tocar, de sentir, de ser. Esa es nuestra inmensidad, el océano que nos moja las orillas anatómicas, los recodos donde se funden las neuronas y el espíritu, y nos hace seres que se entrelazan con otros seres más allá de las manos y los ojos. Esa es mi celebración.



Diario: Nro. 43 - 19-12-10


No siempre lo que aparece cuando esperamos algo es lo que estábamos esperando. A veces pensamos que, como lo esperábamos tanto, tiene que ser eso que ahora se nos presenta casi mágicamente, porque se parece, porque lo vemos parecido, porque presentimos que lo es, porque por qué otra razón acaso se nos aparecería así… Pero puede no ser “eso” tantas veces pensado y pacientemente aguardado; puede ser otra cosa: una decepción que lleve al comienzo de una nueva búsqueda, un misterio subyugante para descifrar al mismo tiempo que descubrimos la paciencia, una sorpresa inesperada atada a una sonrisa, un camino oculto hacia otros entre otros, una palabra que estaba perdida, unos ojos desconocidos en un rostro extraño, un desierto, un vergel.


Diario: Nro. 42 - 07-11-10


Vivencias que moja el tiempo

Decidí que hoy era el día para ver el dvd Cantora, de Mercedes Sosa, que mi hermana me regaló para mi cumpleaños en setiembre pasado. Tomé de la mesada la porción de torta de ricota que compré en el supermercado, empuñé ansiosamente mi cucharita, y le di play al dvd en la compu (yo no tengo tv ni reproductor de dvd), haciendo fluir la música y las palabras por mis auriculares. Parecía un momento perfecto, de tranquilidad y alegría, porque la música para mí siempre es alegría. Y entonces… Me puse a llorar. Mercedes cantaba y hablaba y lloraba de emoción (“¡qué hermoso es cantar!”, decía), y yo no podía evitar acompañarla con mis propias lágrimas al tiempo que masticaba el bocado de torta. Sí, lloraba acongojada pero la torta no la largaba. Llanto, pañuelo, bocado, bocado mojado, mejillas con arroyitos, pañuelo manto húmedo... ¿Síndrome premenstrual? No, y estoy segura porque todavía me faltan unos días, aunque los síntomas se puede decir que son exactos. ¿Será la edad? ¿Será cierto que pasan los años y uno se vuelve más sentimental? Tal vez sea eso, y si es así, pues que sea así, let it be, ¿no? Tengo cuarenta años recién cumplidos; ya estoy medio veterana, ya viví la mitad de mi vida (como verán seré veterana pero no pierdo mi optimismo; quizás los veteranos seamos más optimistas: hay que investigar esa teoría), y las cosas, los hechos, las canciones, las lecturas, las circunstancias, nada resuena igual adentro, en el pecho que le decimos, en ese lugar donde ubicamos caprichosamente al espíritu. También, en mi caso, y no sé si se podría generalizar, podría tratarse de un retroceso, de una suerte de involución. Porque cuando yo era chiquita, escuchaba música y lloraba. Sí, lloraba de emoción cuando lo oía a mi papá tocar la guitarra, lloraba cuando en la tele sonaba la canción del comienzo de ese programa infantil del Precámbrico llamado “El club de Hijitus”. Lloraba la nena… Pero, hablando en presente, no se trata de un llanto de tristeza, sino de emoción. La pucha, escribo esto y se me llenan los ojos de lágrimas y ¡ni siquiera estoy escuchando música! Sí, que no es síndrome premenstrual dije ya. Actualmente, a esta edad, las palabras, la música, despiertan ecos de muchos tiempos apresados amorosamente en las circunvoluciones cerebrales que posee, ama y señora, la memoria. Allí están mi papá, mis amores, mis dolores, todos mis momentos y también las canciones y músicas que los hilvanaron; recuerdos que capturaron mis ojos, mis oídos, mis manos, y también mi nariz y las papilas gustativas de mi lengua. Rememoro perfectamente el olor de un lápiz labial de mi abuela, que he podido detectar, perdido entre muchos, en algún puesto de sahumerios; y el momento es increíble, porque una se confunde y no sabe si huele con la nariz del pasado o con la del presente. Sé racionalmente que la nariz es una sola, pero convengamos que ciertos olores y perfumes corresponden al presente, y que esos efluvios del pasado hacen que uno pueda imaginarse que, por un ratito, viajó en el tiempo, o que uno está en el presente y lo que viajó en el tiempo es el mundo circundante. Y así pasa, o me pasa, con los otros sentidos.
Pero yo no creo que se trate de una involución, un retroceso al pasado, esto de emocionarme. Creo, y es más, debo asumirlo, que se trata del paso del tiempo. Escuchar la letra de una canción de amor no es lo mismo a los diecisiete que a los cuarenta; a los diecisiete mi ignorancia de lo que es el amor era inversamente proporcional a lo que creía que sabía acerca de él. ¡Cómo lloraba! “Pero esta mujer siempre sufre”, van a pensar. Bueno, a los diecisiete, dieciocho, diecinueve, me enamoré y tuve un par de tristezas. Pero luego también me enamoré y fui feliz, ¡imagínense que hasta me casé! Después me divorcié y ahí volví a llorar. Se ve que lo mío es así, alternancias de risas y llantos, como la vida; y no lo digo yo, eh, ya lo decía William Blake: “Man was made for joy and woe, and when this we rightly know, through the world we safely go” (el hombre fue hecho para la alegría y el pesar, y cuando verdaderamente comprendemos esto, vamos confiados por el mundo).
Pero, volviendo al tema y a Mercedes Sosa, el llanto arrancó con la letra de una canción de amor, indudablemente una poesía. Y yo lloraba no sé por qué: por la dulzura de la letra, por la emoción de Mercedes… Ahora, pensándolo con mayor detenimiento, creo que lloraba porque comprendía perfectamente de qué hablaba; es decir, podía comprender cabalmente qué decía, a qué se refería, porque cada palabra, cada frase, encontraba su correlatividad en alguna de mis neuronas-baúles de remembranzas; cada palabra me hablaba de algún saber-por-haber-vivido, desataba el eco que guardan mis paredes de amor, de ternura, llenas de grafitis y besos y abrazos y poemas y palabras y pensamientos y tantas otras cosas que otros dibujaron indeleblemente en mí a través de los años. Vivo, luego comprendo, luego me emociono y lloro; deformando a Descartes.
Esa es, acaso, la explicación: una secuencia que se inicia con una canción que golpea como un gong a la memoria, y desata furiosamente una vibración de llanto que sólo poseen y saborean, con o sin torta de ricota, los que algo, a través de los años, han vivido.


6-11-10

Diario: Nro. 41 - 31-10-10


Me gustaría que me escribieran una canción de amor. O un poema. O una carta.
Una vez me escribieron una carta, pero no vale porque la había pedido yo como regalo de cumpleaños. Sí, cuando el otro es magro de palabras, no queda otra opción que solicitarlas, y esto no está mal, al contrario, forma parte del proceso de comunicación entre las personas. La carta vino, y en ella él me decía por primera vez “te amo”. Suena romántico, y lo fue, pero (casi siempre hay un pero) también tengamos en cuenta que salía con esa persona desde hacía un año y cuatro meses, que ya nos habíamos ido de vacaciones juntos, y que, en definitiva, la carta se la pedí yo… O sea, hubo mucha espera, y un poquito de desesperación de mi parte también, porque decir “te amo” y que no te contesten no es una experiencia agradable. Además convengamos que el “te quiero” lo decimos todos, total hay tantas maneras de querer. ¿Acaso no escribimos “tqm” en montones de mails y mensajes de texto diariamente a muchas personas? Decirle “te quiero” a una pareja no resulta algo especial en estos tiempos en que se lo decimos a todo el mundo porque está de moda. El “te amo” cuesta más, y, dada la demora en algunos casos, y la ausencia total en otros, podría suponerse que la pronunciación de los vocablos en cuestión genera cierto dolor. Bueno, todos sabemos que amar puede doler. Uno es más vulnerable, se abre, se despoja de las máscaras, de las corazas, de las brillantes armaduras, tira las valvas de ostra por la ventana y se torna blando como un molusco, frágil como una víscera. Y todo se siente más, exacerbación de los sentimientos que se cubren de una piel saturada de terminales nerviosas, exquisitamente hipersensible. Lo que normalmente es caricia, se transforma en voluptuosidad, lo que generalmente es roce se convierte en ardor. Así el amor es extremos, es inconsciencia, es sensación de necesidad, es alegría porque sí, porque el verde es más verde y porque tus ojos cuando me miran tienen el mismo marrón de los troncos de los árboles.
Volviendo a mi caso y a mi carta, las palabras de amor en ella fueron una sorpresa. Yo no pedí una carta de amor, sólo pedí una carta. Él no era una persona muy expresiva y a mí me producía una curiosidad infernal saber qué palabras era yo para él, o mejor dicho, qué palabras elegirían sus sentimientos hacia mí para darme forma en su mente, para hacerme realidad legible, casi palpable. Porque, cuando uno no dice nada sobre lo que siente, para la otra persona es como si no sintiera nada. ¿Cómo dicen? “Si se cae un árbol en el bosque y nadie lo escucha, ¿sucedió?” Algo así. Y así llegó el “te amo” un año y cuatro meses después del primer beso. Este hecho genera preguntas de cierta índole en una virginiana como yo. ¿Seré poco “amable”? ¿Será que no soy una persona tan querible, y que lleva bastante tiempo desarrollar una pasión amorosa por mí? ¿Será que “mi otro” sufrió mucho por amor y entonces decir nuevamente las palabras mágicas era todo un desafío para él? O qué será, qué será, parafraseando a Chico Buarque.
Siguiendo con la historia, “mi otro” era músico. Sí, debo reconocer que tengo cierta debilidad por ese ghetto, especialmente los guitarristas (mi papá era profesor de guitarra, así que ahí tienen mi Edipo manifestándose a pleno), pero la verdad es que, a la luz de las circunstancias y después de trabar conocimiento con algunos ejemplares de esa especie, decididamente tengo que cambiar de rubro; los guitarristas no son para mí. Pero bueno, me enamoré de él, y tal vez haya sido mi gran amor: el tiempo dirá. Lo cierto es que, amándonos y toda la cosa, nunca me escribió un tema. Ojo, lo menciono como un hecho, sin el menor rencor; si no surgió, no surgió, y eso no significa que me amara menos. Pero yo no podía dejar de pensar en Rubina, la mujer de Joe Satriani, a quién él le dedicó “Always with me, always with you”; en Anne, la esposa de Robben Ford, quien le ha escrito varias canciones; en David Coverdale, que no es guitarrista pero es cantante y virginiano, y su “Is this love?” escrita para Tawny Kitaen, y les confieso que deseaba tan secreta como fervorosamente ser aceptada en el panteón de las musas inspiradoras de los músicos… Pero no fue así la historia, y me quedé con las ganas.
Será que yo soy tan diferente… Cuando me enamoro florezco, soy borbotones de palabras, soy erupción de poemas de amor. Sí, yo sí he tenido varios “musos”. No tuve historias de amor con todos, pero hay por lo menos siete personas que me han inspirado y a las que les he escrito poemas. No, no todos están informados de esa circunstancia. En general me da mucho placer mostrárselos a la persona en cuestión, ofrendárselos, pero no siempre lo he hecho. Hay quienes no saben que ese poema que están leyendo fue concebido para ellos; hay quienes conocen uno de los varios poemas que les escribí; hay quien conoce todos lo poemas que mi amor inquieto por él produjo. ¿Reacciones? Uff, de todo. El que me dijo “gracias” y nada más (¿lo pueden creer?), el que con sus ojos bajos me demostró su emoción sin decir nada, el que me miró a los ojos después de leerlo y me hizo sentir desnuda, avergonzada, pudorosa, tan endemoniadamente viva. Manifestarle un sentimiento a otro es, en mi humilde opinión, una de las experiencias más extremas, ansiadas, temibles e imponentes que podemos vivir en la vida; nada te hace sentir más presente, más vivo, más humano, más vulnerable, más fuerte. Entonces, ¿me puedo quejar de algo por ser la que ofrenda y puede sentir todo eso, y no la que recibe la canción, el poema, la carta? No. Todo lo que me ha sido dado por el sólo hecho de escribir, expresar y dar es tan maravilloso, que no me perdonaría refunfuñar. Sólo digo que tal vez, alguna vez, me gustaría saber qué se siente estar del otro lado, del lado del rostro con ojos abiertos y estupefactos, con la inhalación suspendida por la sorpresa de la ofrenda espontánea, fresca como la primavera, dulce como la miel de las abejas.



Diario: Nro. 40 - 17-10-10


Día de mamá

No vuelvas tarde, llamáme cuando llegues, te vas a enfermar porque comés poco, te espero con marroquitos de chocolate, cuándo venís, acordáte de que tenés una madre, hija desalmada, por dios tené cuidado esa zona es fea… Frases y mensajes de texto de mamá. Mamá que vive sola y espera saber de sus hijos todo el tiempo. “No me controles, vos no sos mi marido”, me enojo, a veces, ante su impaciente insistencia. “Basta mamá, tengo 40 años, me sé cuidar sola”. Y mamá de 77 años me mira con sus antiguos ingenuos ojos, y a veces me dice vos te creés que no te va a pasar nada, pero las cosas le pasan cualquiera, y otras veces mi cara cansada de advertencias y recomendaciones le hace tragar el resto de la ristra de peligros de los que me quiere proteger.
Mamá imperiosa. Mamá amante del arte y de los libros, que nos hizo amantes del arte y/o de los libros. Mamá cocinera de empanadas riquísimas, jugosísimas, de matambres tiernos, de pascualinas y salsas procesadas porque “Lorena si no no lo come”. Mamá víctima de todos, pero más de ella misma, porque da lo que no tiene, porque el dolor forma parte de su vida desde la polio pueril; mamá la renga, la que se queja siempre de los dolores insoportables en la columna, los hombros, los pies: ellos le guardan las cicatrices de operaciones, injertos de huesos, fracturas.
Mamá vivaz, mamá sombría, mamá cantando, mamá omnipotente, mamá miedosa, mamá de manos a veces temblorosas, mamá “¿querés un té de madre?”, mamá dependiente “yo no puedo”, mamá caos de cosas que no se encuentran, mamá fanática de las películas de Patti Duke, de Duro de Matar, de La novicia rebelde, mamá enamorada de Sean Connery…
Mamá es todo eso y más, pero apenas pensarla en estos párrafos defectuosos e insuficientes me humedece de amor el rostro, y entonces sólo sé que no puedo decir más, que las palabras sobran y no alcanzan, y que necesito verla con mi regalo mínimo mientras la trillada frase “feliz día, mamá” se hace sonido.