sábado, 25 de octubre de 2008

Zapatería 2 - Portero eléctrico - 29-09-08


Hoy volvía del negocio, escuchando música como siempre, cuando de pronto observé que una señora me hablaba señalándome un papel. Me saqué el auricular de uno de los oídos para poder escucharla. Me mostró la hoja, que tenía anotada una dirección ubicada en la calle en la que nos encontrábamos. Noté que estábamos en la puerta del edificio que correspondía a la dirección del papel.
“Señorita, ¿me enseña cómo se usa esto?”, me dijo indicándome el portero eléctrico. Confieso que me asombré ante su candor, ante esa pureza desconocedora de un instrumento que pertenece a una modernidad paradójicamente arcaica. Le mostré cómo tocar el timbre: “1ro. D – leí - : primero el uno y luego nos deslizamos a través de la hilera de letras hasta llegar a la D”. La señora sonrió al apropiarse de la sencillez del procedimiento. Yo también sonreí. La situación era encantadora. Estábamos fuera del tiempo ella y yo, la alumna añosa de mirada inocente, la maestra insospechada y accidental y una clase insólita que trastocaba los roles dentro de los roles y me enseñaba a mí que la sencillez puede ser deliciosamente sorprendente.

29-09-08







jueves, 23 de octubre de 2008

A manera de bienvenida

Es muy difícil, para alguien acostumbrado a cerrar, el simple hecho de abrir. Y este lugar, esta “tierra mía”, no es otra cosa que una ventana, y tal vez llegue a ser una puerta. Da miedo. Tengo miedo. Porque la ventana ofrenda una vista de patio y baldosas ordinarios, de cocina con azulejos salpicados de deseos indelebles, de baño rebosante de vapor de canción de ducha, y todo es tan opuesto a un paisaje, que decir “bienvenidos” me suena ampulosamente fraudulento. Quizás sea más apropiado decirme “bienvenida” yo a ustedes, a sus ojos que me llevarán, como ventanas de verdad, a esos terrenos ajenos que son los otros: panoramas de intemperie, el afuera tan temido detrás de las puertas.

l.f.
22 de octubre de 2008

Tierra, ventana y afuera y adentro simultáneamente. Tierra que está adentro y que se abre, y es la tierra de Loren porque es mía y me abro, y es la Tierra de Loren, que es como se llama esta ventana virtual que, al abrirse hacia adentro, me abre hacia afuera, me exterioriza, me extrae, y entonces la tierra de Loren también es un lugar bajo el cielo.



lunes, 20 de octubre de 2008

Zapatería 1 - setiembre 2008


La nena rubia señalaba la vidriera mientras le hablaba a su abuela. Parecía sonreír al tiempo que su dedito indicaba algún zapato que quizás le gustaba. Tendría unos dos o tres años.
Entraron. La abuela pidió un modelo de guillermina de tela de los nuevos, con florcitas rosas y brillos. A las nenas les encantan los brillos y el rosa. Le traje el número y la nena rubia comenzó a llorar desconsoladamente. Qué cosa rara. Yo no quería insistir con la prueba del calzado a riesgo de parecer una torturadora, pero la abuela actuaba normalmente, como si no pasara nada, y en ningún momento se detuvo en su intento, que consumó con éxito, de colocarle el pie dentro del zapatito. La nena lloraba y lloraba acongojada moviendo su cabeza de un lado a otro en rotunda negación, mientras me mostraba la zapatilla que le había quitado la abuela para poder llevar a cabo el incomprensible martirio.
Me acerqué a ella y le pregunté si quería otra cosa. Le dije si me quería acompañar a la vidriera para mostrarme lo que a ella le gustaba. Me miraba sin comprenderme a través de los borbotones de lágrimas, y no dejaba de mostrar su vieja zapatilla, la que había traído puesta. Finalmente la abuela decidió llevar el par tan dolorosamente probado. La señora se acercó para pagar y comenzó a hablar. “Es que mi hijo se separó, y me dejaron la nena por unos días. Anoche él no vino a dormir. Él está viviendo conmigo.” Qué edad tiene su hijo, le pregunté. “26”. Entonces volví a mirar a la criatura y comprendí lo que ella no comprendía. Vi que su mundo se venía abajo, que sus padres, su seguridad, su hogar, ya no estaban. Y entendí que ella no quería nada nuevo, porque no quería que nada cambiara; ella quería sus zapatillas de siempre, su mamá y papá de siempre, su casa de siempre, su vida de siempre. Debe ser terrible sentirse así, no comprender porqué sucede algo que uno no quiere que suceda y ni siquiera imaginó que podría suceder, no saber cómo pensarlo, cómo expresarlo, cómo cambiarlo, cómo hacer para que termine, como cuando uno abre los ojos y se acaban las pesadillas, como cuando prendemos la luz y se disipan las figuras amenazantes de que se disfraza la sombra. Y yo me sentí tan lejos y a la vez tan cerca de ella, sentí ganas de abrazarla para darle una seguridad y un afecto que ella no necesita de mí, porque lo que ella necesita yo no podría dárselo aunque quisiera. Así que solamente la miré en silencio mientras sentía dentro de mí su misma impotencia.


29-09-08

sábado, 11 de octubre de 2008

Poema 80


sin tiempo para encontrar las respuestas que esconde
la multitud de la realidad entre sus paños ensimismados,
me arqueo lejos del misterio que peregrina mis horas
como un insomnio
desarticulándome en caminos que conducen a pueblos de dudas,
de casas sin techo ni paredes ni aderezos de refugio que
puedan abrigar de bordes la intemperie donde
tiemblan tantas preguntas




Poema 74


en este lugar, dentro de este segundo que se retuerce como
buscando su propio comienzo, hay una sordera y un silencio que
lastiman todo lo entrañable con uñas largamente afiladas,
derramando el aire en recipientes demasiado pequeños y frágiles como
tímpanos,
disecando deseos como células vivas,
como árboles podados cuyas ramas ahora lejanas se tergiversan,
inapelablemente, resignadamente,
expresando brazos muertos

como mis brazos
también muertos también vivos, astillas de este cuerpo
calcinado pero respirante pero sofocándose como un volcán
entumecido de desenfreno incrustado, de parálisis,
de quemazón y de cenizas cansadas de tanto dolor combustible,
de inspiración y expiración y tanta ignorancia punzante descorazonándome,
despilfarrando vida y muerte en el lienzo del músculo limítrofe que se rasga
por sístoles macizas que golpean como badajos de campanas de violencia:
aciÉrto, errÓr, locÚra, razÓn,
y el desgobierno de lo que me estremece borrascosamente
desnudo en el sedimento del aire




Poema 70


¿Hasta cuándo espesarse sin esparcirse,
sin evidenciar, sin cundir como rumores,
sin cantar como grito torrencial que sale de su repliegue
y desampara su desmayo,
sin pregonarme al fin debajo de una pirueta que cure
mis espasmos?
Y mi corazón omite comprender y bullir,
y se recuesta en la respuesta,
y embaula el pulso espinoso como los tallos
de las rosas que aún no nacen,
y se enrosca una vuelta más lejos del vértigo oceánico
dentro de sus blandos muros.




Poema 59


Un susurro de papel me despierta en las mañanas
y me despliega pájaro del este del infinito
la presa boquiabierta capaz de beberse el cielo de su albedrío
hasta amanecer en cada costado del pelaje color niebla
en un rapto que emancipa la obscenidad pura de
la luz
y la multitud de ríos del caos.




Poema 58


Remansos de tierra revuelta como golpes
de suavidad con manos con olor a lluvia que
a veces se sofoca de vapor interior
tan inmenso
que parece que vas a morir entre esos dedos tuyos
con la boca árida y toda esa tormenta de florecillas
que caen tan lejos de tu frente
aunque tus ojos puedan deglutir su amarillo en pizcas
que no lastimen ni pupilas ni gargantas remotamente
cerradas como un paño de terciopelo azul marino
tan hermoso como tanto océano entre frágiles costillas.




Poema 55


Bosques de cenizas aún tibias pueblan
estos bronquios semejantes a sus árboles tergiversados,
ramas
dentro de ramas
dentro de dedos doloridos por tanto
albergar al aire enrarecido y maloliente que no se espira
y se pudre dentro de mis manos,
guarida de alas tristes de pájaros medio muertos
que encierran la pena y el miedo.

Los pájaros encerrados por la pena y el miedo.
La pena y el miedo encerrados en los pájaros que agonizan.
La voz espesándose en las arterias encerradas entre músculos desusados.
Yo, y mi aliento de cenizas incandescentes sobre estas manos de espesura forestal.


05-06-08




Poema 54


Esperanza

Encuentro un estado de gracia jugosa sólo
cerca de pestañas que evaden el tiempo antiguo y
todos los orígenes del desasosiego para abrir
la cáscara que la nieve conserva entre sus
cristales de clausura
y entregar, con un forcejeo de amor protector,
su vulnerable suculencia.

Cosecha de pronósticos resecos cuyo vigor
no alcanza para desahuciar primaveras que saben
cómo huele un naufragio,
cómo se pudre la piel del cautiverio detrás de los vidrios
empañados por el tiempo,
cómo esperar cuando no se sabe desear lo que
afanosamente desterró el olvido.


02-06-08



Poema 53


Renuencia

Hay una firmeza de tallos paralelos
que gotea involuntariamente, horadando
accesos efervescentes a laberintos cabizbajos de
muros de callosidades
y su prolongación es una curva humectante
como la plenitud de lo que sobrevive atrozmente
en un depósito de cenizas

ese fruto que nada sabe emerge delicioso de ceguera y abandono.

30-05-08



Poema 48


Hacerme un vapor impregnado de metales
para entrar adonde nadie pronuncia mi soledad ondulada
como los volados de un aire enrarecido y fruncido

hacerme fuerte allí donde me distorsiono en silencios
y salpicar de espasmos apetentes estas travesías que el desierto
menciona alrededor de los oasis

hacerme un vuelo furioso deshebrando la barbarie que
adormece el dolor en las alturas
y despertarlo sin caer en una bestia herida

hacerme otro día elongado hacia los velos amarillos
que deforman las partículas de cualquier mañana
y expresar su hervor de ocurrencias.




Poema 47


A través de mí sólo veo rápidos aprisionando
humaredas,
y un balanceo puntiagudo que me astilla los lunes
de perlas que parecen falsas,
y la voz conmovedora esparciendo sus migajas empapadas
de aire escondido como músculos,
y destellos franqueando los muros tristemente angelicales
que se petrifican bajo la lluvia, avergonzados,
una y otra vez,
y otra vez conmigo,
y otra vez quemando el agua que corrompe
sólo porque fluye confundiendo el dolor de los volcanes
bajo la luz que desenfunda la tierra.




Poema 43


Dejaré de buscar en las atolondradas brasas
el humo que mezquina la transparencia
de lo que es,
y ahuyentaré el alarido que ilustra mi plena tristeza
como el desgarro de un lienzo de vísceras despiertas
en la noche

y así
como una música que se oye más fuerte que el aire
prolongado de la escasez
la verdad pura ejercerá su cuerpo despabilado
mientras se pueblan de crudeza las cuencas
de las horas

y así
seré una cuna meciendo la premura que se apaga
por el agua lenta de la pérdida
hasta que el temblor de la desnudez recuperada
sea sólo viento
donde el tiempo resquebraja

al frío.

21-04-08

Poema 42


Hay tanta tarde que no pronuncia
la compañía de aquello que trasciende los límites,
que su impureza imprescindible inventa motivos
para persistir en lumbre de ámbar,
en sagas de humo lento que le cuentan al aire
su emoción desintegrada en esporas irrepetibles,
en párrafos que han perdido el sonido, la figura,
la imagen.

Y estas paredes sumergidas en el atardecer
poseen la sabiduría estridente de lo que se calla,
la apariencia abandonada del silencio;

esta residencia es un misterio nítido,
un absurdo de búsquedas donde
las puertas abiertas encierran ecos de madriguera.




Poema 39


Lentamente me despojo de los árboles
para ir al encuentro de las excesivas piedras
que desnudan al dolor del ropaje de mi mirada,
mientras la vecindad de la distancia
teje un nuevo vestido
con la demora de lo que jamás vuelve

sólo poseo la verdad efusiva, intocable, cruel,

y la libertad es un llanto que sabe
que la memoria tiene el mismo tamaño que el olvido




Poema 17


Impulso abridor de señales que no traducen los razonamientos
porque persevera en olas y el mar no se describe simplemente,
ni se curan sus convulsiones,
ni se limpia la espuma de su boca trémula,
ni se mide su puntualidad exacta que repudia estaqueados tiempos indignos
y se ríe de las horas y sus minutos cenicientos mientras se manifiesta con
el destiempo de una tormenta cuyas aguas esperadas largamente se derrumban,
inexactamente,
en el momento preciso.




Poema 13


Amalia

Inesperadamente
como una verdad que alguien dice sin que nadie pregunte
cuyos acentos persisten suspendidos como dedos reposantes en el aire,
te acercaste
tan amablemente, pacíficamente,
que la indiferencia vanidosa, vidente sólo de sí misma,
se rindió ante la curiosidad postergando su espejo de ínsula
para mirarte,
ofrenda inofensiva de dulzura trascendiendo días atiborrados de multitudes
y vacantes de compañía
e imperceptiblemente,
como cuando sucede la tenue explosión de una flor nueva, distinta, incomparable,
o la inexpresable ocultación del invierno desvaneciéndose en primavera,
ocurrió
que mis recovecos huecos de voces, pletóricos de silencios demasiado infinitos,
se poblaron espaciosamente de tus palabras benévolas como tus maravillosas pupilas crédulas,
y hoy
somos un pronombre plural y abundante como la cosecha de frutal lucidez de
nuestros diálogos desmesurados que, cada vez más,
necesitan menos de palabras.




Poema 9


José

Quizás la monotonía disfraza tu día diáfano
y el despertar es sólo penumbra que se parece a la noche,
un artificio inmutable, quieto,
que holgazanea del alba al ocaso,
y después al alba y luego deambula por camposantos olvidados.

Tal vez tu desdén carente de máscaras sea la máscara
de la muerte,
y a su vez la muerte sea un deseo doloroso y constante,
que se destila más allá del alcance de tus dedos tristes
y pedregosos.

Puede ser que tu desamparo te pertenezca tanto
como tu nacimiento y tu despedida
pero carece de fe y de milagros
y entonces ya no queda más aire que respirar
que la culpa

Sin embargo tu inocencia recóndita desentraña libertades,
aunque aún no lo sepas,
y su furia adorable abre puertas ocultas en los muros,
desafía azares inmerecidos
y procrea hombres nuevos.




Poema 7


A papá

Qué vida la mía, decías,
feliz viajero hacia frescas estaciones que nunca se marchitan
porque las flores del tiempo no se inmutan con los años de pasado
sino de olvido

y yo, aunque quisiera intentarlo y extraviarme lejos del dolor de tu ausencia,
¿cómo podría dejar de oír tu voz empapada de colores de conventillos?
si su humedad, evaporada por los soles intactos de las tardes de la memoria,
te acusa eternamente de alegría por calles azules y amarillas.

Puedo andar infinitamente por los caminos que me abrieron tus ojos
mientras cierro los míos,
porque la verdad es un paisaje perdurable de aromas sin tiempo,
cuya belleza sin matices ni atenuantes me revelaste
como un secreto acorde de tu guitarra ahora silenciosa y huérfana
de la voz de tus manos

y mi nostalgia de tus pasos es tan inútil
como ignorar la paradoja precisa que nos une más allá de la muerte;
porque inscripto en mis poros resplandece tu nombre,
como un sol raro que desconoce el significado del ocaso
y sin embargo, aún siendo mi huésped claro y permanente,
en cada célula, insensatamente, te extraño.



Microficciones: 2 - Papá


- No quiero comer – dijo el pequeño.
- Pues qué pena porque no hay remedio – sentenció la madre, al tiempo que llenaba
el plato de un humeante guiso.
- Es que no voy a comer hasta que papá regrese – y el desafío, y la resolución, y la
fe desbordaban su rostro.
- Papá nunca va a regresar.
- ¡Mentirosa! ¡mentirosa! – le gritó con odio - ¡Yo sé que va a volver!
La cuchara de la madre resbaló de su mano y cayó sobre el plato, salpicando el mantel con arroz y trozos de carne. Miró el desorden, y sin decir una palabra, comenzó a llorar.


20-08-08




Microficciones: 1 - Sol


Ella se levantó y pensó que el sol estaría de su parte. No sabía aún que eso no importaba: el sol no dibujaría su sombra y ella llegaría igualmente a cumplir su destino.
Su paso firme golpearía sin querer las baldosas de las veredas.
Sus ojos verían el paisaje urbano desconocido a través del aire.
Su mano transformada en puño golpearía la puerta.
Su tiempo se detendría con el crujir de unos viejos goznes.


18-02-08




viernes, 10 de octubre de 2008

Diario: Nro. 24 - 06-10-08


La vida son sus risas y sus compañías, sus presencias, sus preguntas “¿cómo estás?”, sus abrazos, sus ganas de encontrarse conmigo para charlar y tomar algo y pasar un rato de mi vida y de sus vidas juntos. Momentos entrelazados o sucesivos o interrumpidos o demasiado postergados, pero el afecto está intacto aunque no se hable de él y aunque no hablemos en un par de meses. Lo sé porque cuando nos vemos y cualquiera de ellos me mira y me abraza, me habla en sus rostros una alegría, una sonrisa. Y no sé qué otra cosa se puede ser en la vida, qué otra cosa podría ser yo con mi pobreza, pero me agrada ser parte de ellos en sus dientes blancos y en sus comisuras alzadas como telones que los muestran, sonrisa indudable, reflejándome efímera y rara pero hermosa alegría.


6-10-08
recuerdo de los últimos encuentros con amigos



Diario: Nro. 23 - 03-10-08 (inc)


No saber qué hacer, no saber qué sentir. Saber que lo que se siente, es, está, y sólo puede vivirse o reprimirse (...párrafos y párrafos, hasta algún día...o no). Pero no hallamos más certezas que las de la incertidumbre, y las de seguir sintiendo lo que no puede dejar de sentirse.


Diario: Nro. 22 - 29-09-08


Hoy es otra vez hoy, y yo canto, con mi mente de dudas y con mi voz tantas veces deshilachada, una canción que guíe mis pasos hacia alguna parte. Y aunque todas las calles sean siempre las mismas, el tiempo nunca es el mismo, aunque se asemeje tanto a ayeres o a futuros temidos o ansiados desahuciadamente.

29-09-08 8:28



Diario: Nro. 21 - 25-09-08


Soy una casa con fantasmas que parasitan el aire de los cuartos tan rígidos como sus paredes sin curación, sin luces, sin pasos que me crepiten como pulmones dentro de la llama de un holocausto de náuseas. Maldita sea yo y todo lo que me posee, malditas sean mis lágrimas que no calman a la tierra resquebrajada, maldito sea el tiempo que se escurre dentro de su sal amarga, maldito sea sentir tanta intensidad en un cuerpo ceñido a un cerebro sádicamente autoinmune, maldita inspiración, aire maldito que puede entrar y vivirme y violarme contra el esternón, con los brazos abiertos formando una cruz que no perdona tanta puñalada dentro del cráneo. Y aunque el ímpetu cesa, yo no sé cómo dejar de azotarme de sed.

25-09-08 7:00 y 21:00



Diario: Nro. 20 - 25-09-08


No siento nada, pero el dolor siempre viene más tarde. A veces aparece justo antes del sueño, y entonces dormir forma parte de un castigo que consiste en revolotear en cerrados cielos intracraneales hasta que los músculos de las alas y el dolor forman una masa endurecida y rígida que calienta el vuelo hasta el incendio. Entonces sólo se puede descender hasta la conciencia, donde el aire está enrarecido de ecos de consonantes que perturban la frecuencia cardíaca hasta el paroxismo, y se entumece el pecho y es necesario abrirlo como músculos de labios que se alargan hasta los bronquios. Alrededor está oscuro y silencioso hasta que nadie me ve partir con los ojos cerrados hacia la pesadilla del despertar. Allí, en la mañana, el dolor es gris, es indiferencia del día detrás del vidrio, luz y sombra en partes iguales pero a mí no me da igual el futuro de esas horas lactantes: prefiero el sol porque el amarillo parece el aliento de una sonrisa suspendida en la atmósfera.

25-09-08 19:58



Diario: Nro. 19 - 08-08 y 24-09-08


El dolor es un accidente sin aire, o un aire que duele en el estómago, una asfixia de incertidumbre, una luz que no importa, un silencio gris y pulverulento. El dolor es una parálisis cardíaca, una muerte que se vive durante eternidades, un infierno que no quema pero inunda los pulmones y entonces el pecho es como un árbol cerrado cuyas hojas han sido embalsamadas. Y sale el sol y duele estar dentro del aire cuando no se sabe qué sentir y no se puede sentir otra cosa.

estoy hecha de un momento de cera
y mi luz es de mármol limpio, perfectamente ingrato,
sereno soberano de la pobreza que cruje como hojas secas
en el silencio
y todo calla


24-09-08


Diario: Nro. 18 - 28-08-08 - Única (inc)


en breve...


Diario: Nro. 17 - 25-07-08


Podría morir hoy, sintiendo que ya viví todo lo que la vida guardaba para mí. Me siento vacía, impotente ante su fuerza y su determinación en esta página que vivo hoy y que quisiera dar vuelta. Pero lo que es, es, y hay cosas que están, otras que no están, hay cosas que son, otras que fueron, otras que se resisten a irse…y también estoy yo, siempre resistiéndome, siempre rígida. Siento que si me aflojo me parto, y entonces resistir es lo único que puedo hacer. Pero estoy cansada y triste, y la combinación es parecida a la depresión, con sus brazos caídos, su mirada hacia ninguna parte, su desgano hacia la vida.


25-07-08



Diario: Nro. 16 - 01-07-08


Hoy me levanto, y transito, e igualmente quiero vivir y quiero morir. Una parte de mí es sólo inercia, otra parte es sonrisas de cortesía, de “quiero que te sientas bien conmigo”, otra parte es soledad y miedo y aceptación y resignación y paciencia e impaciencia; otra parte es gris, es quisiera olvidar pero estoy acá viviendo este minuto que tarda tanto en pasar; otra parte son mis seres queridos, que siento tan intensamente como si sus vidas fueran la mía y por eso todo lo que les pasa me preocupa; otra parte es el placer de la música, visceral, adherido a mí a pesar de lo gris, casi paradójico. Y acá estoy otro segundo más que no sé adónde me lleva. ¿Es que acaso no puedo elegir adónde? ¿No es algo que depende de mi voluntad, de mi decisión? Y ahora suena esta canción de Radiohead que me inunda de placer y me sacude la piel por encima de tanta vena que está doliendo simultáneamente, y sé que soy todo esto, y todo lo que quiero y no puedo, y una inspiración entrecortada, un sol en un campo, un beso, el agua, tantas y tantas palabras epidérmicas, membranosas, genéticas. Algún día todo se detendrá, y quizás mis palabras me acompañen, o quizás no y mi desnudez sea total y ni siquiera permanezcan los recuerdos ni la sangre ni la mirada. Pero eso es la muerte y yo todavía estoy viva aunque a veces me sienta enferma, inexistente, trivial, ridícula, innecesaria, deleble y tantas cosas que siento y me confirman que estoy viva porque de otra manera cómo podría sentirlas. La canción de Radiohead pasó y ahora estoy llorando. Y en media hora hablaré con alguien por teléfono y diré algo gracioso para que se ría y yo también me reiré, y luego cortaré y sentiré que todo es inútil. Y querré dormir hasta mañana, cuando la rutina me despierte con su dulzura.


1/07/08


Diario: Nro. 15 - 05-06-08 - Amo ir a McDonalds


Amo ir a McDonalds.
No me gusta mucho la carne, no pido nunca ningún combo, las bandejas generalmente están sucias de grasa, los asientos están regados de papas fritas que se le cayeron al distraído comensal anterior a mí, la música es popular…Sin embargo, me proporciona algo para mí importante y muy difícil de hallar: nadie me advierte, nadie me ve, y entonces puedo escribir tranquila durante unas horas, puedo plegarme hacia adentro y hacer mi viaje introspectivo sin interrupciones, conectada conmigo misma con mis auriculares que me conectan más conmigo misma. Puedo hallar estados, encontrar palabras, conmoverme, suspirar de placer genuino mientras disfruto alguna de mis canciones, entristecerme por las ausencias crónicas, llorar…Y nadie me ve, y soy invisible, soy alguien que parece nada sin sentirse nada…Allí sentada, sola, con mi bandeja marrón y mi café, soy libre.

05-06-08



Diario: Nro. 14 - 02-06-08


Hay una soledad soleada, que yo no conocía y descubrí hace poco. Hasta ahora únicamente sabía de la soledad de la madrugada, la hora cero, como me gustaba llamarla, negra y profunda, vacío de las calles del microcentro a las 7 de la mañana que parece una trasnoche y sentía amigable con su poquísima gente, su silencio envolvente tremendamente terso, su atmósfera de casa deshabitada.
Sin embargo, encontré que existe otra soledad, distinta, asociada a otro escenario. ¿Cuántas soledades más habrá? Esta nueva es como una persistencia, un aroma, un hueco luminoso en la realidad de las calles de Paternal. Alrededor de las 9 de la mañana la presencio como un milagro que se repite todos los días mientras camino sus veredas y canto las canciones que traigo conmigo. No sé por qué me siento así, pero me siento sola y viva. Y los sábados la sensación es mayor, la quietud es mayor, la ausencia es mayor, y todo se asemeja a una escenografía en suspenso, como una orquesta a punto de empezar un concierto. Y me da como vergüenza decirlo, pero siento que en esos momentos soy un poco feliz, que la angustia que siempre está adherida a mí cuando me despierto se evapora, aunque quizás sólo se esté escondiendo de la luz. Todo está detenido, todo puede ser y no es, todo es todo y nada al mismo tiempo. Y yo canto y sonrío cuando nadie me ve, mientras piso la alfombra de hojas.








Diario: Nro. 13 - 28-05-08


¿Cómo sería si cesara el cautiverio? Trato de salir, y salgo de algo, y no salgo del todo. ¿Hasta dónde llega todo? Yo construyo mi muralla china cada vez que me dejo llevar por los miedos que siento. Los miedos son irremediables y pueden existir así tan maravillosamente bien, tan independientes de mí si tan sólo yo los dejara ser para que puedan dejar de ser en mí. Me entretejo con ellos, me hilvano en sus bordes, me acomodo en sus grietas y completo con mi cuerpo cada una de sus formas caprichosas y es así como me transformo en el relleno de mis miedos, porque no soporto su vacío transparente. Y entonces me desanido, me extraigo, y sólo queda mi silueta de carne y hueso colgando de mis pasos programados por la rutina.
Sólo yo puedo recordarme.








Diario: Nro. 12 - 23-05-08 (inc)


Algún día...por ahora no


Diario: Nro. 11 - Mudanza - 5 y 6-05-08


El sábado me levanté a las 6.25. Los de la mudanza llegarían a mi casa, o mejor dicho, la casa, a las 7.30. Yo esperaría en el departamento nuevo que trajeran las cosas de mamá, porque la idea de ver cómo desmantelaban la casa, mi casa, me angustiaba.
El día había llegado, pero en realidad estaba muy lejos de ser “el día”, así, en singular. Fue mucho más que eso, fueron varios días los que presenciaron el desgarro. Porque mamá tiene muchos libros, muchas ollas, muchos adornos, y tanta pero tanta pero tanta mugre, que no pude menos que enfurecerme con ella cuando empezaron a bajar sus cosas llenas de tierra en el departamento que yo recién había barrido.
Los días anteriores habíamos vaciado placares con Laura. Y nos habíamos reído de mamá y su imposibilidad de deshacerse de las cosas porque “eso me lo regaló la Sra. De Gómez” o “yo lo quiero mucho”. Le mostrábamos algo para que decidiera qué hacer, y ante la respuesta que derramaba su sensiblería por un objeto que no había mirado en los últimos veinte años, cruzábamos una mirada cómplice y nos reíamos. Claro, también llegaba un punto en que mi impaciencia por ese acopio inútil, por ese amor estridente por un plato roto o una figura de porcelana sin cabeza hacía que le gritara fuerte y no habláramos por un rato. Y ahora sé que yo no tenía ningún derecho a enojarme así, ahora la comprendo, pero también me comprendo. ¿Cuántas cosas encontramos que para mí no significaban nada y sin embargo no pude deshacerme de ellas? ¿Cuántas cosas “me dieron lástima”, como a ella, y me las traje a mi casa sin saber adónde iba a guardarlas? Eran sus cosas, y también las de papá, y yo le estaba pidiendo, exigiendo, que las desechara, que no sintiera nada por un cenicero que ahora nadie usa pero que alguna vez recogió las cenizas de sus cigarrillos durante una guitarreada con amigos. ¿Cuántos momentos compartidos puede contener un pedazo de vidrio? ¿Cuánta soledad puede sentirse al mirar la única copa que quedó de un juego completo? ¿Y cuánta soledad puede sentirse cuando un hijo dice “tirá eso” y no sabe el verdadero significado de eso y no hay forma de explicárselo, ni tiempo? Entonces surgía la pelea, la discusión, “yo me voy” le decía furiosa por tener que ayudarla a guardar en cajas todas “sus porquerías” de las que ella no quería despedirse. “Ella junta todo eso y después tengo que ordenarlo yo”, “yo dejo de hacer mis cosas para venir a ayudarla y ella se encapricha y no colabora en nada”, porque todo no entra en la casa nueva, no puede entrar, es imposible. Así que yo me reservo el derecho de admisión y tomo la decisión de qué cosas pueden franquear la puerta y cuáles no. Y prejuzgo por la apariencia, y creo saber en mi ignorancia.
Ese sábado creí que las cosas serían más tranquilas para mí, porque una vez que trajeran todo una etapa habría concluido. Error. Las etapas concluyen en etapas, previas y posteriores.
Me avisa Anita, la esposa de mi hermano, que “ya van para allá”. ¿Cómo? No, yo no quiero tener que estar a cargo de nada, quiero que otro hable con los de la mudanza y les dé indicaciones. ¿No era que mamá vendría con ellos? “¿Querés que vaya alguien?” Sí, por favor yo sola no puedo porque estoy arriba y alguien va a tener que sostener la puerta de entrada y además no quiero tener que hablar con nadie. Oigo a Laura que dice que viene ella y me quedo más tranquila, porque Laura es ecuánime, no se altera como yo por nada, y va a saber qué hacer o qué decir y lo que está bien o no.
Llegaron. Estuve ayudando a bajar las cosas que subían por el ascensor y luego procedí a acomodarlas. Y ahí empezó todo lo que yo temía. Porque escuché desde el departamento el ruido de un vidrio que se rompía, y ya me angustié. ¿Habrían roto el vidrio del modular de mamá? ¿Habría que enojarse con ellos por su torpeza? ¿Tendría que reprenderlos? Le mandé un mensaje a Laura que estaba abajo sosteniendo la puerta avisándole. El modular no podía ser. Esperamos un poco y finalmente nos enteramos de que habían roto el espejo del ascensor.
Luego pasó lo de la rayadura del modular, una rayadura tremenda, horrorosa. El modular no salía del ascensor, así que uno de los peones lo empujó para que sí saliera. Estos tipos eran para una mudanza como haber contratado un carnicero para hacer un triple by pass. Se supone que ése es su trabajo, que tienen experiencia, que lo hacen bien. No hay que suponer nada, o suponer y suponer también los riesgos.
Llegó mamá con los ojos enrojecidos y ya me enojé. Ella y su sensiblería, su necesidad de cargar de dramatismo todo, de que todos “vean” cómo sufre. Yo también sufro y no ando por ahí mostrándoselo a todos. ¿Es que no tiene pudor? La furia me inundó, y la insultaba por dentro, y le hablaba como un cuchillo afilado por fuera de mi boca. Yo estaba cansada por tanto trabajo de tantos días, y encima tenía que verla sufrir recordándome la tristeza dormida detrás del alboroto. Y tenía que guardar sus cosas, los cientos de libros que ella no iba a leer, las enciclopedias que ni siquiera había encuadernado y que se agolpaban en el placard del cuarto chico, igual que se agolparon durante más de veinte años en la otra casa sin que nadie las leyera ni las rescatara de donde yo las había puesto. Y seguirían muertas en un placard, en otro placard, y probablemente las tendré que rescatar yo de ese mismo lugar en donde las coloco ahora cuando mamá se muera. Es que todo este proceso tiene un regusto a muerte, a náusea. Puedo verme dentro de no sé cuántos años haciendo algo parecido a esto, a este orden, a esta selección de objetos, de posesiones. Vaciando todo de ella, de sus cosas, de su desorden, con este mismo nudo en la garganta. Y no hay nada qué hacer, es irremediable, hoy estoy recordando un pedazo de futuro.
Me enojé, le grité, me voy a casa. A mi casa a descansar. Salimos con Anita y me dice que se va a “la casa vieja”, la que estamos dejando para siempre, la que acaba de dejar mamá y donde ella aún vive con mi hermano. Como no quiero que nada escape a mi control, mi inagotable adrenalina me conduce hacia el mismo lado, hacia la casa, porque sé que todavía quedan algunas cositas mías y quiero sacarlas antes del derrumbe, de la partida definitiva. Nos volvimos juntas y decidimos ordenar un poco, porque mamá se fue y dejó todo como estaba: el escritorio en su habitación tapizado de papeles y de polvo y de películas en video, la mesa de la cocina con cosas, libros, plantas, la ropa limpia. Anita me dice “tu mami es como si se hubiera ido a visitar a alguien y volviera enseguida. Dejó todo, como si no se hubiera ido”. Tiene razón, yo no me había dado cuenta y saco mis palabras de adentro y broto en improperios “y todas sus mierdas, y ella junta y nosotros tenemos que ordenárselas, y por eso junta”. Porque ella se fue, mostró sus lágrimas y su esclerótica surcada de capilares rojos, pero al entierro no viene. ¿Para qué? La fuerza para el sepelio, la decisión tenaz para el corte quirúrgico en medio de tanta sangre, la frialdad que acompañan irremediablemente las lágrimas, ésa es mía, me toca a mí, porque Laura tiene su mudanza y hace lo que puede, Cynthia está trabajando, y José está estudiando y no puede perder el tiempo si quiere llegar para el examen. Así que el orden es mío, la pulcritud de este muerto es mía, yo lo tengo que lavar y amortajar para velarlo y enterrarlo, porque nadie más va a hacerlo, porque ese rol nadie lo quiere y yo siempre termino asumiéndolo porque no soporto que todo quede así, tirado por el piso, mezclado con la tierra. No puedo abandonar todo esto así porque puedo explotar de congoja.
Anita me ayuda a amontonar las cosas de todos por sectores en el living comedor, así será más fácil para cada uno cuando tengan que llevárselas. Luego ella se encargará del baño de mamá, mientras yo veo qué quedó en el dormitorio. Saqué las cosas del escritorio y las fui colocando en bolsas para poder dejarlo vacío para que Cynthia se lo lleve. Junté varias bolsas con cosas para analizar una por una, como deshojar una margarita, muchas margaritas, “se tira, no se tira”. No hay que olvidarse de las cosas que quedan en el placard, que por ahora quedan ahí pero va a haber que sacarlas. Anita no puede más, así que abandona su parte en la tarea titánica que no le corresponde e igual desempeña y quedo sola con la basura y las bolsas llenas de bártulos.
Barrí la que fue durante veinticuatro años la habitación de mamá, ahora vacía. Y sentí que era mi acto de amor para esa casa, tan vacía ahora como cuando la elegimos. Sentí que le devolvía la dignidad pisoteada por el abandono, el cuidado y la consideración que se perdieron con los años pero más que nunca este sábado. Y lloré mientras lo hacía, mientras me dolían las ampollas que se me hicieron en las manos de tanto haber barrido el departamento nuevo, pero el dolor de las lágrimas no era el de mis manos, era otro. Era por esa bruma en ese cuarto, esa luz de atardecer gris y blanco que me mostraba las pareces vacías, el piso vacío, la habitación llena de aire, la serenidad de la muerte, la entereza con la que la casa aceptaba el silencio.
Fui al living comedor y empecé a seleccionar cosa por cosa de cada bolsa anónima, esto sirve, esto no sirve, esto no sé de quién es, esto es de mamá, este videocasete no tiene rótulo, se tira, pero como es plástico va en una bolsa distinta que este papel…
Me llega un mensaje de mamá: “estoy preocupada, contestáme”. ¿Qué le digo? ¿Qué la odio por tener que hacer todo esto? ¿Qué ella tiene la culpa? “Estoy ocupada”, respondí. Y estuve diplomática, porque la respuesta completa era “estoy ocupada tirando tus mierdas”. Todavía tenía mucha bronca, además de hambre.
Anita se fue a verla, así que aprovechó para llevarle cosas como su bata de toalla, que dejó colgada en el baño. A mí me quedaba bastante todavía.
Terminé alrededor de las 22 hs. Todo estaba clasificado: las cosas de mis hermanos, la basura. Por fin. Me iría a mi casa, me bañaría, me prepararía un fernet con coca y me metería en la cama. Anita volvió de lo de mamá y me contó que le había dicho que yo estaba enojada con ella. No es que estaba enojada, estaba furiosa, pero no enojada, porque no es que mi mamá había dicho o hecho algo ese sábado sino que ese sábado yo tenía que ocuparme de cosas que ella debía hacer y ni siquiera se daba cuenta. Hasta la gata quedó por ahí aguardando una despedida...
Bueno, me voy a casa, no doy más. Me saqué la ropa sucia de polvo y me puse un pantalón de verano y una musculosa que seguramente sería poca ropa porque había refrescado. Estaba caminando por la calle y recibo un mensaje de mamá: “¿Cómo estás? Yo estoy triste porque extraño mucho”. Le contesté que estaba yendo a mi casa a descansar. Otro mensaje “te quiero mucho nunca te olvides de eso”. Ahí supe que estaba llorando. ¿Y ahora? ¿Qué hago? ¿La dejo sola? Odio que las personas sufran solas, porque es lo más triste que puede sentirse. “Puta, estoy cansada, tengo frío, tengo hambre, tengo ganas de pensar en mí ahora”.¿Qué hago? ¿Pienso en mí, en mis planes para esa noche, como me lo merecía? ¡¡¡¡¡¡¡¡Claro que me lo merecía!!!!!!!!¿O pienso en ella? Y pensé que pensar en alguien que uno quiere es de alguna manera pensar en uno, por ese amor que sentimos y que hace que el otro sea importante, y su alegría sea importante, y su tristeza sea importante. Y pensé “no sé si matarla o pedirle que me prepare la cena”, y me reí. Y caminé hacia su nueva casa. Y ella tenía los ojos colorados cuando me preguntó si había comido algo y se levantó para prepararme una milanesa de pollo y estaba contenta de poder alimentarme. Y hablamos de todo, y le hablé de mi furia y no sé bien si me entendió, ni tampoco sé si yo la entendí. Ella estaba contenta de verme allí con ella, y yo estaba satisfecha de ayudarla a sentirse mejor con tan poco. Y no terminó todo ahí, porque ya pasaron nueve días y todavía hay desorden, cosas para no olvidarse, cansancio, moretones en los brazos y las piernas de tanto cargar cajas... Pero se acabó la furia.



Diario: Nro. 10 - 15-04-08


De pronto me siento omnipotente. Termino este poema y me percibo dueña de todas las posibilidades, de todos los caminos, de todas las distancias que podré alcanzar con las ramas que me crecen de los dedos que se estiran mientras me crecen uñas verdes como hojas. Y siento ganas de llorar, de reír, de estar viva un minuto, de sentirme este silencio con ruido a voces, a ladridos, a máquina. No sé cuánto me durará esta pequeña vida, cuánto me durarán las pocas lágrimas antes de que vuelva el miedo que todo lo reseca, lo entibia, lo mutila…Creo que ya pasó porque la respiración se siente como una daga y vuelvo a comprimirme.


Diario: Nro. 09 - Eternos años de memoria - 14 y 15-04-08


Eternos años de memoria

El Tata esperándome en la puerta al volver del colegio un día. Papá y su cuaderno de gastos en la mesa del comedor. Mamá volviendo del hospital antes del mediodía para preparar el almuerzo. Yo estudiando en la cocina sobre el mármol caliente por el radiador prendido situado abajo. Koba cachorra jugando con su almohadón y dejándose querer por nosotros. Maiyudo y su lealtad incondicional a mamá siguiéndola por toda la casa, mamá bañándolo en el patio mientras él temblaba aterido de frío sin un ladrido de queja. Los gatos innumerables: la Misha negra, desdentada y mansa; Wendy y su blancura total y su agresión triste que respondía eternamente, ante cualquier intento de caricia, a algún lejano abandono doloroso insuperable; Bevy, Elly, Pusky y Layla, los hijos de Wendy, todos capricornianos y diferentes y hermosos, de los cuales sólo seguimos teniendo a Layla; Bijou y su destreza en tres patitas y su maullido disfónico; la Pendeja…Papá cortando parsimoniosamente la carne para alimentarlos en la mesa de la cocina, mientras los pequeños gritos agudos taladraban suavemente su urgencia. Papá leyendo el diario en la misma mesa con tres gatos durmiendo la siesta junto a su diario. Laura y papá mirando en la tele un partido de Boca. Cynthia y papá jugando a la generala. José y yo en nuestro búnker de atrás. José escuchando Kiss, Iron Maiden, Los Beatles, Eric Clapton, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, jazz, jazz, jazz. Yo estudiando y bailando y amando y escuchando Def Leppard y Emerson Lake & Palmer después de estudiar, y cortándome la piel de las manos con un cutter y sangrando por fuera y por dentro, y durmiendo con la televisión prendida cuando papá estaba internado, y durmiendo con la televisión prendida y la luz prendida cuando papá murió. Y papá entrando con su bolso cuando decidieron no operarlo y todos estábamos felices porque no se moriría mañana en una operación sino dentro de unos meses cuando el tumor hubiera crecido trastornándole la vida, el lenguaje, la diabetes, y entonces aprenderíamos que una afasia es cuando papá no pudo más decirnos Lorena, Cynthia, Laura y José, que un pico de hipoglucemia hace que papá no se mueva en la cama y parezca muerto y mamá le dé coca cola para que vuelva a pestañear, que yo saldría con el cabello enjabonado para correr a la farmacia y sólo me daría cuenta de mi aspecto al ver la cara del vendedor mirándome como si estuviera loca.
Laura llorando de angustia la noche anterior a su casamiento por iglesia porque no sabía si podría tener todo listo en el salón de la recepción y yo conmovida por mi hermana que casi nunca llora asegurándole que todos ayudaríamos y que todo saldría bien.
Laura poniéndose su vestido de novia, José ensayando con ella la entrada a la iglesia con traje y en ojotas, todos riéndonos por los nervios y la alegría. Y años atrás los cuatro charlando, cantando, tocando la guitarra en el living. Nosotras con doce, trece y catorce años espiando a la casa de enfrente para ver a los vecinos que nos aceleraban el corazón y que al darse cuenta nos llamaban “las locas de enfrente” aunque no fuéramos locas. Yo cantando sola temas de los Beatles con la guitarra junto a la chimenea. Papá tocando la guitarra solo. Yo tocando el piano sola, o con papá escuchando, o con Cynthia y Patricio escuchando, o con la ventanita que da a la calle abierta y la Misha acomodada allí…escuchando? Cómo le gustaba recostarse en el borde de esa ventana!!!!! Cuando veía que alguien de la familia se aproximaba ella emitía un maullido especial, como un recibimiento.
Y yo estudiando y tomándome descansos y bailando el “Canto de Ossanha” de Baden Powell y cantando con José y la guitarra y peleándome con José y no hablándole por un año. Y el Tata y sus alfajores escondidos en el placard, y su bufanda que él llamaba boa y que asustó a Jorge el vecino de enfrente la primera vez que vino a casa. Y Rulo que limpiaba la casa y jugaba con Koba y siempre sonreía a pesar de su historia de madre golpeada. Y mi habitación, mi castillo con el calendario azteca en la pared, el placard junto a la cajonera, el televisor, la biblioteca que ocupaba toda la pared, mi ropa recién lavada colgada en perchas a lo largo del último estante, mi estufa, mi computadora, mi descanso maravilloso con mi cabeza hacia el norte y la ventana con la persiana apenas entornada para que la luz del sol pudiera despertarme todos los días. Nunca pude volver a dormir así.
Las reuniones de amigos, truco, generala, pictionary a veces hasta las 8 de la mañana en la cocina, y papá levantándose porque mamá estaba haciendo guardias y abriendo la puerta mientras decía “bueno, vamos yendo…” para que se fueran nuestros amigos. La película porno que vimos a escondidas de él, los únicos cigarrillos que fumé en mi vida, Laura fumando!!!!!! El día que vinieron los chicos de la iglesia de Laura y estaba Adrián antes de su aneurisma y alguien abrió una botella y la tapa saltó haciendo la marca en el techo que todavía está y nosotros pensando qué dirá mamá. Y reíamos.
Y Laura embarazada con una panza enorme y Cynthia embarazada con una panza menuda. Y Ceci y Cami y Lucas. Cami sentadita en la cuna en la otrora pieza de Laura y mía y luego sólo de Laura, con sus ojitos abiertos cuando yo abría la puerta los sábados a la mañana esperando verla pararse y estirar los brazos para que la levantara.
Mi depresión con tanto sueño y llanto sin parar y sin entender bien por qué, pero insoportable, devastadoramente temerosa. Una declaración de amor para mí en la pieza de José. José deprimido, abandonado, llorando desesperado como nunca vi a nadie y queriendo morir, mientras leía párrafos de la biblia convencido de que dios solucionaría todo y pasaba los días acostado con los brazos cruzados sobre el pecho como un muerto. Germán que conoció a Ana Laura en mi cumpleaños. S y yo, R y yo, D y yo. El día que llegué caminando desde el centro con R y en la puerta del garage supe que sentía algo por él. Yo haciéndole escuchar a D el tema The Champ de Robben Ford a las 3 ó 5 de la mañana en la puerta de casa con la calle vacía. El primer beso de D en la puerta de casa. El primer beso de alguien en mi habitación. El primer abrazo de alguien que creo no me quería en mi habitación. La indescriptible felicidad del amor en mi cuerpo la única y verdadera y breve y efímera primera vez.
Yo llegando a casa y Cynthia abriendo la puerta y llorando con la cara de tristeza y ambas olvidando que no nos hablábamos mientras me dice no sé que le pasa a papá y yo corriendo al dormitorio y todos mirándolo parados y quietos y yo acercándome e intentando reanimarlo y escuchando el último aire que le hice espirar cuando presioné con mis manos su esternón pero ya no respiraba y entonces miré a mamá que me decía no, dejálo. Y Cynthia y yo reconciliándonos abrazadas y llorando ante el cuerpo de papá. La mano muerta tibia y laxa de papá en la mía, mientras Cynthia yacía acurrucada a su lado. El desfile de conocidos, yo pensando cómo haría para dormir ahora que todo había terminado. La camilla con el cuerpo consumido y pequeño cubierto con una sábana saliendo para siempre por el comedor. Y luego los domingos y mi ritual de mirar por la ventana a las tres de la tarde y revivir todo lo que pasó para no olvidarlo.
Ceci apoyada en la mesa del comedor para cambiarla y a mí pareciéndome tan chiquita como una ratita. Cami y yo cantando en el living. Las paltas en montones, las hojas innumerables en otoño, la rosa china, las tortugas, la terraza, la mecedora, papá y mamá y las reuniones con la guitarra y las empanadas de mamá chorreando jugo. Papá mirando la tele a la tarde y tomando su té. Papá pidiéndome disculpas en el living después de una discusión y una semana de silencio mío. Papá ya enfermo nombrándome sus setenta y cinco novias. Papá asomándose en su dormitorio cuando me escuchaba volver de la facultad de medicina. Papá y su risa contagiosa.
Las puertas, los cambios, los techos, el portón del garage, Laura contándome que dejaría Arquitectura, Cynthia diciéndome que ella iba a recibirse de abogada para demostrarle a mamá que podía lograrlo, yo diciéndole a mamá en la cocina que dejaría la carrera de matemática para trabajar más y ahorrar y escuchándola decirme que sería una mediocre y yo diciéndole que ella era una infeliz y ella llorando.
Las tres hermanas la última vez que dormimos juntas y cantamos como cuando éramos chicas.
Risas nuevas el domingo pasado y también el anterior, el Lichibingo con amigos jugando al dominó que acá no se consigue, mamá y su nueva casa, Laura y su nueva casa, José y su nueva casa.
Y me acuerdo de cuando entré por primera vez a esta casa y lo grande y hermosa que me pareció. La miro ahora extrañándola, como si me doliera abandonar los recuerdos que cuelgan de sus paredes, como si abandonara algo que en realidad tengo en mi cabeza en el lugar de los recuerdos. Como esa frase de la película La otra mujer de Woody Allen: “y me pregunto si un recuerdo es algo que uno tiene o algo que uno perdió”. Un recuerdo denomina una vivencia, una cara, un lugar, es el nombre de algo, un recuerdo existe, y si puedo recordar algo y mientras pueda recordarlo, es algo que tengo; entonces tengo un recuerdo. La única manera de perder un recuerdo es olvidándolo, entonces ya no es un recuerdo, ya no lo tengo. Pero como somos seres materiales, con un cuerpo, nos aferramos a la manifestación física de esos recuerdos, a su corporalidad, aunque sepamos que el espíritu de las cosas es como el nuestro y está más allá de la piel y la carne y las paredes grises y el ventanal del frente. Sin embargo ahora sólo puedo sentir que la abandono, que la traiciono, que no quiero dejarla ir, que me dolerá a mí el silencio que la habite violentamente. Ahora solamente puedo mirarla y llorar.



Diario: Nro. 08 - 24-03-08


Estoy tan sola como las cosas, y soy su hermana, su compañía inútil como el aire. Todo me despoja, me anula en capas, me deshoja como a una flor sin sentido. Pero nada se termina tan bellamente como marchitarse, no hay un fundirme con la tierra, no se seca el recuerdo. Quizás es por alguna razón que aún sigo asomándome a la gran ventana donde tanto cielo me enseña la hermosura de la vida mientras lloro por otras razones. Quisiera saberla, y descubrir si alguna vez podré conducir mis pasos adonde se refugian los significados.


Diario: Nro. 07 - 21-03-08


Su fuego plano no arde, no existe. Sólo se ve como un espejismo, como si hubiera algo allí donde no hay nada. Ni siquiera la frialdad, o la indiferencia. Sólo hay la pausa, la demora, la tardanza, la suspensión. Debe doler, porque el tiempo sigue pasando y el fuego no se creó para ser plano. Buscará el relieve febrilmente para arder y ser contorno anaranjado en el límite con el aire. Hermosa incertidumbre la de sus bordes, breves perfiles de adyacencias que oculta la oscuridad. Hermoso fondo que se consume sin llamas. Triste belleza.


Diario: Nro. 06 - 22-02-08


Dicen los labios heridos del destino que las sílabas del tiempo forman una plegaria que carece de fe y de dioses; por eso no hay que repetirla, porque su cadencia hipnotiza los sentidos y conduce fácilmente a la desesperanza.
Y yo, quizás por escuchar a los labios del destino, quizás por constatar que las sílabas del tiempo tardan demasiado tiempo en darle forma a una palabra que pueda comprender, quizás porque perdí la fe y el mismo día encontré que prefiero la confianza más temblorosa, ya no invoco ni al azar ni a la casualidad. Sin embargo, y a pesar de todo esto, aún no logro evitar la desesperanza. Tal vez, cuando los labios heridos del destino cicatricen, puedan decirme algo más, algo diferente, contarme otra historia. Creo que sería posible, pero prefiero no esperar nada, por las dudas.


22-02-08



Diario: Nro. 05 - 13-02-08


Cuando el tiempo escriba sus razones, todo será evidencia, todo será saber. Mientras tanto, el bullicio alrededor es una imagen sin palabras, un descuido de mi ausencia, un existir de alegría ajena. Y transito a veces por sus sonrisas, y a veces también sonrío, y a veces también provoco risas y parezco ser parte de la alegría, pero no le pertenezco. Mi felicidad no existe, no nació aún; solamente permanece la espera, ella es quien me posee y goza con mi asfixia. Yo muero y vuelvo a nacer cada día, y soy el lecho que se enfría de blancura, y soy los pasos de mi fantasma sin cuerpo, y soy el cuerpo sólo de la cáscara.
No respiro, no confío. Sólo tejo y destejo la espera, y la incertidumbre.

13-02-08



Diario: Nro. 04 - 28-01-08


El cielo estalló, y el rayo hizo saltar los pedazos del cielo, y la luz gris hizo una raya nudosa como una rama de un árbol que existiera hundido en las tinieblas del cielo de la noche y que sólo se anima a mostrar sus dedos de espejo pálido durante las tormentas. Su voz ronca restalla asustando suspensiones de estrellas mientras la lluvia de su boca las escupe, lucecitas tristes y húmedas brillando en el miedo. Y todo se derrama sobre los techos vacíos junto con el gris, junto conmigo escurriéndome por los resumideros de los techos vacíos como la catarata de tierra que se derrumba sofocándome desde la garganta hasta la tumba del estómago. Hoy tengo ganas de morir, porque no puedo sentir el almíbar de un ímpetu de risas galopándome en los labios, porque no tengo un puerto para barcos fantasmas.



Diario: Nro. 03 - 22-01-08


Se termina una rutina y hay que encontrar otra. Para sobrevivir, para no sentirme a la deriva, para sentirme parte de algo.
Durante muchos años fui un rol, un nombre que significaba algo dentro de una estructura. Yo “era” aquella y aquello que nombraban, aquella persona con aquella voz conocida con aquella sonrisa y aquel uniforme detrás de aquel escritorio. Y “soy” más que eso, pero también era eso. Y extraño eso y me duele ese “dejar de ser”, me duele la muerte en vida porque estoy viva y sigo siendo, aunque “eso” ya no más.
Cuando me llamaban, mi nombre estaba lleno de un color. Era un color, una imagen, una respuesta a una pregunta; yo era eso, esa suma, ese conjunto, significaba algo en determinadas nueve horas de cada día durante once años. Es mucho tiempo, y una persona también es tiempo transcurrido en un lugar. Yo fui ese tiempo y ese lugar que se adhirieron a mí y fueron una acepción de mi nombre. Y también fui los demás y sus buenos días, su cortesía, su secreta falsedad, su amistad, su indiferencia, su timidez, mi timidez, nuestra timidez como nuestra indiferencia, amistad, falsedad, cortesía y buenos días, todos nuestros, compartidos, de nosotros. Fui nosotros y soy un yo amputado, y muchos “yos” no amputados. Pero la pequeña herida no es pequeña y duele, y el remedio es el olvido y duele. Y yo me resisto y duele, porque nada tiene sentido.




Diario: Nro. 02 - 15-01-08


Hoy es el fin, hoy es escombros, hoy es pasado. Hoy estoy triste, y no puedo reír porque todo es gris, es vapor, es organismo crispado y castigado por la complicidad y la indiferencia, y todo eso huele a humo inexplicable y apesta como la mugre, como la leche podrida, como la falsedad descubierta sin querer, como yo enferma de desolación.
Quizás mañana sí sonría, sí, mañana después de esta pequeña muerte de hoy, tal vez hoy después de la hora de la pequeña muerte de hoy. Pero me va a doler, como me duele anticiparla, y luego acaso permanezca su recuerdo de dolor como el de un calambre en mi miocardio flojo y rojo.
Lo que pasa es que la muerte no es la muerte solamente; también es olvido frío, es tierra que levanta el viento, es una raíz arrancada y un verde que se va, es una canción que se deja de cantar y no la guarda ni la memoria del aire. Yo la recordaré, lo sé porque mi memoria es una tierra que no sabe volar.




Diario: Nro. 01 - 21-12-07


Hay días y hay momentos y hay palabras y hay silencios y hay lágrimas y hay sol y hay amor y hay soledad y hay paz y hay deseos y hay decepción y hay luz y hay náuseas y había un aire…
Tanto presentí la obcecación que ya parecía mi propio capricho. Hoy ya no presiento nada, pero escucho a mi silencio y no sé por qué hoy me lastima, me ahoga, me desmaya; no tengo fuerzas, no tengo ganas, como si las fuerzas y las ganas se hubiesen ido con mi voz, que se fue y aún no sé adónde buscarla. Pero tengo dedos que hablan y entonces mi estómago crispado por el asco evacua palabras ácidas y vomita malestares mientras se me cierran los ojos por el agotamiento de tanto doblarme y alucino los buenos días de ella, de él, de ellos. Y la realidad me devuelve que no estoy allí sino aquí, medio dormida, medio sedada por mi propia desazón, absolutamente triste, absolutamente afuera; sólo mi silencio de mar me acompaña como siempre, y pienso que ya nunca me va a abandonar porque él se acostumbró a mí como yo a él. Lástima que no pueda abrazarlo, porque es un silencio sin cuerpo, como todos los silencios, aunque sea distinto a todos los silencios. Y me abarca y me acaricia con sus manos suaves, y viene también la soledad y nos reunimos como viejos amigos mudos que hablan con miradas que son premios que solamente otorga el tiempo. Si tan sólo pudiera desatar el nudo y abrir el grifo de mi laringe, gritaría tanta desolación, tanta muerte y tanta vida, tanto absurdo, tanta historia de guerra, de desesperanza, tanta búsqueda de paz, tanto castigo infectándome, tanta búsqueda de paz, tanto capricho de paz, tanta búsqueda de paz…
Hoy es hoy y es siempre, y tampoco es hoy y siempre, y también es ayer, mañana y nunca. Todo el tiempo es uno y todos los tiempos simultáneamente. Por eso duele tan intensamente, porque también el dolor es uno y todos los dolores y todos los recuerdos de dolores en un lapso infinito en un único cuerpo.




00 - Mayo 07 - Colectivo


Colectivo

-Me gustaría trabajar en un negocio de corbatas- pensó, mientras desde el colectivo divisaba las hileras de colores sonriéndole, corbatas dobladitas que parecían guiones escapados de un arco iris inventado, como de cuento.
Estaba cansada y todavía el día, que se oscurecía como un papel quemado, se aferraba a cada yema de sus dedos, a cada articulación, a cada músculo de su cuerpo, pero sobre todo a sus párpados, caprichoso niño que no se duerme, porque los días son hijos del tiempo y no los puede detener ni siquiera el cansancio.
Miró hacia adelante desde el centro del último asiento, el del fondo, y pudo ver las luces ya encendidas de los comercios recortando sombras chinescas en las caras que aún recorrían las calles mirando vidrieras, eligiendo souvenires para bautismos y comuniones, o en esas otras caras, las de los empleados que como ella miraban el reloj y bostezaban sin disimulo su fatiga y su aburrimiento, quizás también su hambre. Pero a pesar de todo, aun de la mujer que con el malhumor tajeándole la cara casi la pisaba, su gesto adusto impotente ante la ausencia de asientos vacíos, se sentía poderosa de paciencia. Y es que todo se debía al cambio, minúscula mutación casi insignificante, casi intrascendente, casi despreciable, casi todo eso salvo por ella, que esta vez se sentía como una barca en un mar al fin sosegado: su nuevo puesto en la compañía no significaba un ascenso, o mayores ingresos, o mayor prestigio, sino una vuelta a las raíces, a lo simple, al principio de todo.