miércoles, 31 de diciembre de 2008

Diario: Nro. 27 - 06-11-08




A veces nada sale bien. Las ciencias exactas no son exactas dentro del contexto de la realidad. Lo que siempre sucede de determinada manera, puede de repente suceder de otra, o no suceder. Y sólo nos queda la perplejidad y un por qué entre los dientes. Y la bronca, claro, mezclada con cansancio y decepción y resignación porque ya está, ya esto hoy es así; tal vez mañana sea diferente, pero hoy no. Hoy las cartas no me ayudarán a ganar la partida, hoy mi deseo ferviente no me será concedido a pesar de no creer en milagros y de haber tomado todas las medidas necesarias para materializar mi objetivo, hoy nada me diferenciará del creyente que reza y espera un milagro que no llega: a ambos nos dará la espalda la certeza y nos mirará a los ojos, bien de frente, desafiante, el azar.
Así sí que no dan ganas de esperar nada, y aunque siento este desengaño, sé que no puedo quedarme en esta actitud escéptica, porque si no toda la vida va a ser igual, y voy a olvidarme de mi voluntad, que es un arma poderosa que puede cambiar casi todo. Entonces me siento así ahora, frustrada, escupida por la malaventura, pero aguardo. Otras horas vendrán y durante alguna de ellas es probable que algo cambie: mi actitud, mi frustración, mi suerte, la actitud de los otros o directamente los otros. En algún momento comenzaré de nuevo, intentaré nuevamente y el engranaje esta vez comenzará a funcionar.


6-11-08

jueves, 25 de diciembre de 2008

Diario: Nro. 26 - 05-11-08 - Impotencia




Explosión enojo asfixia impaciencia. Cartucho de impresora sin tinta, no puede ser ¿cómo puede ser? ¿cómo se atreve a hacerme esto ahora? Con lo que me costó tomar la determinación y encontrar las fuerzas para salir de mi inmovilidad de piernas y brazos, tan contrastante con mi vértigo de cabeza que se parece tanto a una pecera que se va llenando de agua conmigo adentro sintiendo la presión como una membrana, como una serpiente que me tragó y ahora me comprime dentro de su peristalsis. Pienso tanto tanto tanto que no puedo actuar, soy como mi propio robot a control remoto “paráte nena paráte sabés lo que tenés que hacer no lo postergues más, paráte y enchufá la máquina y la impresora e imprimí todo lo tuyo y andá a hacer lo que tenés que hacer”. ¿Por qué me cuesta tanto? Trato de imaginarme que soy otra, porque tal vez así me resulte más fácil y más natural hacer algo que para otros sería fácil y natural. Y entonces hago todo, imagino que soy otra, les digo a mis piernas que se bajen de la silla y se estiren y me lleven al escritorio como si no estuviera yo ahí dentro de mí sino siendo mi testigo, y abro el escritorio y enchufo no sé cómo la computadora y la impresora y conecto la impresora a la máquina y me digo ahora sí, ahora ya estoy acá y ya lo estoy haciendo, ves? Y entonces aparece el aviso de que el cartucho no tiene tinta y yo tengo ganas de vomitar porque no puede ser, cómo hago yo de nuevo para “reiniciarme” jajaja, patética, sí, como una máquina… Porque nadie sabe lo difícil que es ser a veces como una máquina y su usuario, letargo y acción, pasivo y activo, apatía y voluntad, pero simultáneamente. ¿Y qué hago? Tengo que seguir y no puedo sentir mis músculos pero tengo que seguir. Qué problema, ir a comprar un maldito cartucho de impresora. ¿Ése es tu problema? ¿De eso está hecho tu sufrimiento? Qué imbécil, por dios, eso no es un problema y si lo es tiene solución: ir y comprarlo. Pero de dónde saco las fuerzas ahora que siento unas manos de náuseas en mis cartílagos. Y no sé cómo salgo y camino como una autómata y entro y pregunto cuánto cuesta el cartucho y es carísimo carísimo y no tengo la plata ahora y salgo sintiéndome vencida, porque cuántas veces puedo pararme sobre estos pies en un mismo día… Y otra vez la paciencia, y el tiempo con su trapo mojado de agua fría sobre mi frente, el único que entiende todo mi desgaste y mi esfuerzo y me dice que tendré que hacer todo otra vez cuando tenga el dinero: decirme “paráte nena” y pararme y salir y caminar y entrar al negocio y decir quiero el cartucho y comprarlo y volver a casa y colocarlo en la impresora y conectar la impresora a la computadora y enchufar ambos aparatos para poder finalmente imprimir. Imprimir, abrir, mostrar, sacar de la máquina, materializar, darle entidad, peso de papel, hacer realidad. Nadie puede hacerlo por mí. Y tampoco se sentiría lo mismo.


5-11-08

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Diario: Nro. 25 - 27-10-08 - Amo las palabras




Amo las palabras. Con ellas soy y puedo todo, o al menos siento que tengo la posibilidad, con un poco de esfuerzo, de lograr casi todo. Puedo despellejarme horriblemente y hacer que sólo se vea un color blanco que queme como la nieve; puedo experimentar la felicidad de manipular las palabras y tejer un tapiz multicolor con un paisaje de flores alrededor del desierto; puedo entrar sin dañarme, puedo salir sin temer perderme, puedo decir todo lo que me importa como si hablara de disfraces de carnaval, y hablar de cuánto extraño tanta insignificancia, tanto humo que se llevó alguien en un barrilete que se arrastra mientras los niños lo miran sin comprender, tanta luna que me mira a oscuras con su catalejo de mareas, tantos espejos que sólo son vidrios negros, iris negro, oro negro, tesoro para guardar hasta olvidar los excesos, los apetitos, los impulsos, los instintos, y llegar, finalmente, a descubrir que los ojos que nos miran desde el espejo no pueden pertenecerle ni siquiera a un animal.
Las palabras siguen siendo el refugio donde aún respira mi persona, donde resisto humana. Un refugio donde no me refugio deliberadamente, pero es ese lugar que descubrí como se descubren los techos un día de lluvia maciza, o una madriguera en medio de un bosque de truenos. Las palabras son mi compañía, mi abrazo maternal, mi beso en la boca, la mano que toma la mía y la aprieta con una firmeza de tallos, el río que me dibuja arterias sobre poros sobre arterias, mi desafío al miedo blanco de la hoja en blanco que teme unas entrañas vegetativas que atrofien los dedos, mi esperanza de mirar las vías del tren bajo el sol y correr un día detrás de la espalda del último vagón no sólo con mis ojos…
Palabras piadosas que me ayudan a abrir grifos que babean cuentos sobre pasos con ritmo de calles, sobre miradas esquivadas como toros a quienes nunca entregaré mis pupilas, sólo mis párpados, para que no me reconozcan ni me hablen ni se acostumbren a mi existencia, sólo a mi desdén. Palabras que me acarician de sol en las mañanas; sol chorreándome la frente y la nariz y el mentón, sol, sol, sol, con esa “o” de boca de túnel, de hocico de piel. Palabras en mis piernas al compás de una plaza hormigueada de extraños. Palabras que pisoteo y se pegotean en mis zapatos y reptan sobre mí y se articulan conmigo y ya no me abandonan porque abrazan mis rodillas con el amor de las esencias que se ocultan debajo de los cabellos. Ellas saben aparearse en la humedad de una nuca que huele a café profundo, a racimos de sombra, a espuma de cítricos, a impurezas de agua estancada.


27-10-08