sábado, 11 de octubre de 2008
Poema 7
A papá
Qué vida la mía, decías,
feliz viajero hacia frescas estaciones que nunca se marchitan
porque las flores del tiempo no se inmutan con los años de pasado
sino de olvido
y yo, aunque quisiera intentarlo y extraviarme lejos del dolor de tu ausencia,
¿cómo podría dejar de oír tu voz empapada de colores de conventillos?
si su humedad, evaporada por los soles intactos de las tardes de la memoria,
te acusa eternamente de alegría por calles azules y amarillas.
Puedo andar infinitamente por los caminos que me abrieron tus ojos
mientras cierro los míos,
porque la verdad es un paisaje perdurable de aromas sin tiempo,
cuya belleza sin matices ni atenuantes me revelaste
como un secreto acorde de tu guitarra ahora silenciosa y huérfana
de la voz de tus manos
y mi nostalgia de tus pasos es tan inútil
como ignorar la paradoja precisa que nos une más allá de la muerte;
porque inscripto en mis poros resplandece tu nombre,
como un sol raro que desconoce el significado del ocaso
y sin embargo, aún siendo mi huésped claro y permanente,
en cada célula, insensatamente, te extraño.
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