viernes, 10 de octubre de 2008

00 - Mayo 07 - Colectivo


Colectivo

-Me gustaría trabajar en un negocio de corbatas- pensó, mientras desde el colectivo divisaba las hileras de colores sonriéndole, corbatas dobladitas que parecían guiones escapados de un arco iris inventado, como de cuento.
Estaba cansada y todavía el día, que se oscurecía como un papel quemado, se aferraba a cada yema de sus dedos, a cada articulación, a cada músculo de su cuerpo, pero sobre todo a sus párpados, caprichoso niño que no se duerme, porque los días son hijos del tiempo y no los puede detener ni siquiera el cansancio.
Miró hacia adelante desde el centro del último asiento, el del fondo, y pudo ver las luces ya encendidas de los comercios recortando sombras chinescas en las caras que aún recorrían las calles mirando vidrieras, eligiendo souvenires para bautismos y comuniones, o en esas otras caras, las de los empleados que como ella miraban el reloj y bostezaban sin disimulo su fatiga y su aburrimiento, quizás también su hambre. Pero a pesar de todo, aun de la mujer que con el malhumor tajeándole la cara casi la pisaba, su gesto adusto impotente ante la ausencia de asientos vacíos, se sentía poderosa de paciencia. Y es que todo se debía al cambio, minúscula mutación casi insignificante, casi intrascendente, casi despreciable, casi todo eso salvo por ella, que esta vez se sentía como una barca en un mar al fin sosegado: su nuevo puesto en la compañía no significaba un ascenso, o mayores ingresos, o mayor prestigio, sino una vuelta a las raíces, a lo simple, al principio de todo.