lunes, 20 de octubre de 2008
Zapatería 1 - setiembre 2008
La nena rubia señalaba la vidriera mientras le hablaba a su abuela. Parecía sonreír al tiempo que su dedito indicaba algún zapato que quizás le gustaba. Tendría unos dos o tres años.
Entraron. La abuela pidió un modelo de guillermina de tela de los nuevos, con florcitas rosas y brillos. A las nenas les encantan los brillos y el rosa. Le traje el número y la nena rubia comenzó a llorar desconsoladamente. Qué cosa rara. Yo no quería insistir con la prueba del calzado a riesgo de parecer una torturadora, pero la abuela actuaba normalmente, como si no pasara nada, y en ningún momento se detuvo en su intento, que consumó con éxito, de colocarle el pie dentro del zapatito. La nena lloraba y lloraba acongojada moviendo su cabeza de un lado a otro en rotunda negación, mientras me mostraba la zapatilla que le había quitado la abuela para poder llevar a cabo el incomprensible martirio.
Me acerqué a ella y le pregunté si quería otra cosa. Le dije si me quería acompañar a la vidriera para mostrarme lo que a ella le gustaba. Me miraba sin comprenderme a través de los borbotones de lágrimas, y no dejaba de mostrar su vieja zapatilla, la que había traído puesta. Finalmente la abuela decidió llevar el par tan dolorosamente probado. La señora se acercó para pagar y comenzó a hablar. “Es que mi hijo se separó, y me dejaron la nena por unos días. Anoche él no vino a dormir. Él está viviendo conmigo.” Qué edad tiene su hijo, le pregunté. “26”. Entonces volví a mirar a la criatura y comprendí lo que ella no comprendía. Vi que su mundo se venía abajo, que sus padres, su seguridad, su hogar, ya no estaban. Y entendí que ella no quería nada nuevo, porque no quería que nada cambiara; ella quería sus zapatillas de siempre, su mamá y papá de siempre, su casa de siempre, su vida de siempre. Debe ser terrible sentirse así, no comprender porqué sucede algo que uno no quiere que suceda y ni siquiera imaginó que podría suceder, no saber cómo pensarlo, cómo expresarlo, cómo cambiarlo, cómo hacer para que termine, como cuando uno abre los ojos y se acaban las pesadillas, como cuando prendemos la luz y se disipan las figuras amenazantes de que se disfraza la sombra. Y yo me sentí tan lejos y a la vez tan cerca de ella, sentí ganas de abrazarla para darle una seguridad y un afecto que ella no necesita de mí, porque lo que ella necesita yo no podría dárselo aunque quisiera. Así que solamente la miré en silencio mientras sentía dentro de mí su misma impotencia.
29-09-08