viernes, 20 de agosto de 2010

Diario: Nro. 38 - 19-04-10


Medio rivotril, un risperdal de baja dosis y un fernet cargado. Nada amengua la desorientación, la sensación de estar perdida que sentía antes del cóctel. ¿Por qué este mundo a mí? ¿Por qué yo aquí? Ni una luz, ni un camino, ni una palabra sincera, ni una esperanza. Palabras, palabras, palabras. ¿Qué son? ¿Cuántos significados pueden poseer? Y se dicen sin parar, sin importar cómo ni dónde ni a quién. ¿Es acaso tan sencillo ser cálido porque sí? ¿O me equivoco y porque sí no es porque sí sino porque se obtiene algo a cambio? Eso parece siempre, y cómo creerle a nadie. Pero las ansias superan a la razón, el vacío y la falta de dulzura se incrustan en los ojos y nos muestran un oasis falso en el desierto. No le creas al vergel, no les creas a sus palmeras, ni a sus espejos de agua; sólo son la proyección de tu ansia, el espejo de tu sed, un jarabe que elaboran tus neuronas solas en su noche intracraneal.
“Qué hermosa que sos”, me dijo el chico por la calle, y su mentira me dolió por sentirme huérfana, tal vez como él, diciendo lo primero que se le ocurre a la primera mujer que le presenta la cuadra vacía. Mierda, cómo me dolió. ¿Por qué estamos tan solos? ¿Por qué decimos palabras que no tienen sentido, que no tienen contenido? ¿Por qué las ultrajamos de sus significados, las usamos, las descartamos como a prostitutas a quienes no consideramos personas sino bolsas grises de consorcio? “Te quiero-me encantás-nos vemos”. Y esperamos el beso con la boca deformada y los labios agrietados de sequía. No vas a venir, no nos vamos a ver, no sé qué querés de mí, no sé qué quisiste decirme con las palabras que usaste, no sé nada. No creo más en las palabras, porque su condición posmoderna de comodín las torna mentiras. Sí quiero creer en una mirada, en unos ojos que no pueden mentir, en los tubos invisibles que desagotan algo que realmente significa algo dentro del iris, de la pupila, y que hace que las cejas se contraigan, se alcen, dancen con la piel de los párpados, y que las comisuras expresen más que vocales y consonantes mientras las mejillas alternan entre la gordura y la flaccidez del código espontáneo, inescondible, vergonzosamente explícito y desnudo de la epidermis de un simple rostro.

19-4-10