viernes, 10 de octubre de 2008
Diario: Nro. 03 - 22-01-08
Se termina una rutina y hay que encontrar otra. Para sobrevivir, para no sentirme a la deriva, para sentirme parte de algo.
Durante muchos años fui un rol, un nombre que significaba algo dentro de una estructura. Yo “era” aquella y aquello que nombraban, aquella persona con aquella voz conocida con aquella sonrisa y aquel uniforme detrás de aquel escritorio. Y “soy” más que eso, pero también era eso. Y extraño eso y me duele ese “dejar de ser”, me duele la muerte en vida porque estoy viva y sigo siendo, aunque “eso” ya no más.
Cuando me llamaban, mi nombre estaba lleno de un color. Era un color, una imagen, una respuesta a una pregunta; yo era eso, esa suma, ese conjunto, significaba algo en determinadas nueve horas de cada día durante once años. Es mucho tiempo, y una persona también es tiempo transcurrido en un lugar. Yo fui ese tiempo y ese lugar que se adhirieron a mí y fueron una acepción de mi nombre. Y también fui los demás y sus buenos días, su cortesía, su secreta falsedad, su amistad, su indiferencia, su timidez, mi timidez, nuestra timidez como nuestra indiferencia, amistad, falsedad, cortesía y buenos días, todos nuestros, compartidos, de nosotros. Fui nosotros y soy un yo amputado, y muchos “yos” no amputados. Pero la pequeña herida no es pequeña y duele, y el remedio es el olvido y duele. Y yo me resisto y duele, porque nada tiene sentido.
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