miércoles, 10 de diciembre de 2008
Diario: Nro. 25 - 27-10-08 - Amo las palabras
Amo las palabras. Con ellas soy y puedo todo, o al menos siento que tengo la posibilidad, con un poco de esfuerzo, de lograr casi todo. Puedo despellejarme horriblemente y hacer que sólo se vea un color blanco que queme como la nieve; puedo experimentar la felicidad de manipular las palabras y tejer un tapiz multicolor con un paisaje de flores alrededor del desierto; puedo entrar sin dañarme, puedo salir sin temer perderme, puedo decir todo lo que me importa como si hablara de disfraces de carnaval, y hablar de cuánto extraño tanta insignificancia, tanto humo que se llevó alguien en un barrilete que se arrastra mientras los niños lo miran sin comprender, tanta luna que me mira a oscuras con su catalejo de mareas, tantos espejos que sólo son vidrios negros, iris negro, oro negro, tesoro para guardar hasta olvidar los excesos, los apetitos, los impulsos, los instintos, y llegar, finalmente, a descubrir que los ojos que nos miran desde el espejo no pueden pertenecerle ni siquiera a un animal.
Las palabras siguen siendo el refugio donde aún respira mi persona, donde resisto humana. Un refugio donde no me refugio deliberadamente, pero es ese lugar que descubrí como se descubren los techos un día de lluvia maciza, o una madriguera en medio de un bosque de truenos. Las palabras son mi compañía, mi abrazo maternal, mi beso en la boca, la mano que toma la mía y la aprieta con una firmeza de tallos, el río que me dibuja arterias sobre poros sobre arterias, mi desafío al miedo blanco de la hoja en blanco que teme unas entrañas vegetativas que atrofien los dedos, mi esperanza de mirar las vías del tren bajo el sol y correr un día detrás de la espalda del último vagón no sólo con mis ojos…
Palabras piadosas que me ayudan a abrir grifos que babean cuentos sobre pasos con ritmo de calles, sobre miradas esquivadas como toros a quienes nunca entregaré mis pupilas, sólo mis párpados, para que no me reconozcan ni me hablen ni se acostumbren a mi existencia, sólo a mi desdén. Palabras que me acarician de sol en las mañanas; sol chorreándome la frente y la nariz y el mentón, sol, sol, sol, con esa “o” de boca de túnel, de hocico de piel. Palabras en mis piernas al compás de una plaza hormigueada de extraños. Palabras que pisoteo y se pegotean en mis zapatos y reptan sobre mí y se articulan conmigo y ya no me abandonan porque abrazan mis rodillas con el amor de las esencias que se ocultan debajo de los cabellos. Ellas saben aparearse en la humedad de una nuca que huele a café profundo, a racimos de sombra, a espuma de cítricos, a impurezas de agua estancada.
27-10-08