viernes, 29 de mayo de 2009

Diario: Nro. 32 - 12-02-09


No sé por qué, no sé cómo, no sé por cuánto tiempo, no sé qué. Y así transcurro, colocándome frente al espejo sin lograr verme. Me presiento a veces: hay acordes que me hacen llorar, sospecho que porque llegan sin pensamientos ni palabras ni nada que el razonamiento pueda comprender, ni filtrar. Y lloro con angustia, con vacío, con soledad, con desorientación, perdida entre cuatro paredes, entre cuatro extremidades, entre siete días y siete días y siete días de búsqueda constante, inmortal, eterna como todos mis años, incansables escultores de una necesidad, de un ansia, de un estuario… Alrededor lo concreto: lo palpable y su textura, lo visible y su color, la risa y su eco. Yo miro como un fluido de ojos sentimentales, y entonces penetro, y veo calores, tibiezas, dulzuras, látigos, criptas, bordes; la suavidad me cubre de lágrimas y la crudeza me desviste en una sonrisa de muerte, que es la única manera digna que encuentro de encarar lo irremediable.
Soy un pulmón, un nervio, un cerebro inflamado. Algún día cesaré, y sólo seré palabras y algunos hechos que contadas personas recordarán en contado tiempo. Mientras, desparramo todos mis pasos, memorizo todos los olores y busco, diaria y desesperadamente, el naranja de los amaneceres urbanos.


19-2-09