domingo, 23 de enero de 2011

Diario: Nro. 41 - 31-10-10


Me gustaría que me escribieran una canción de amor. O un poema. O una carta.
Una vez me escribieron una carta, pero no vale porque la había pedido yo como regalo de cumpleaños. Sí, cuando el otro es magro de palabras, no queda otra opción que solicitarlas, y esto no está mal, al contrario, forma parte del proceso de comunicación entre las personas. La carta vino, y en ella él me decía por primera vez “te amo”. Suena romántico, y lo fue, pero (casi siempre hay un pero) también tengamos en cuenta que salía con esa persona desde hacía un año y cuatro meses, que ya nos habíamos ido de vacaciones juntos, y que, en definitiva, la carta se la pedí yo… O sea, hubo mucha espera, y un poquito de desesperación de mi parte también, porque decir “te amo” y que no te contesten no es una experiencia agradable. Además convengamos que el “te quiero” lo decimos todos, total hay tantas maneras de querer. ¿Acaso no escribimos “tqm” en montones de mails y mensajes de texto diariamente a muchas personas? Decirle “te quiero” a una pareja no resulta algo especial en estos tiempos en que se lo decimos a todo el mundo porque está de moda. El “te amo” cuesta más, y, dada la demora en algunos casos, y la ausencia total en otros, podría suponerse que la pronunciación de los vocablos en cuestión genera cierto dolor. Bueno, todos sabemos que amar puede doler. Uno es más vulnerable, se abre, se despoja de las máscaras, de las corazas, de las brillantes armaduras, tira las valvas de ostra por la ventana y se torna blando como un molusco, frágil como una víscera. Y todo se siente más, exacerbación de los sentimientos que se cubren de una piel saturada de terminales nerviosas, exquisitamente hipersensible. Lo que normalmente es caricia, se transforma en voluptuosidad, lo que generalmente es roce se convierte en ardor. Así el amor es extremos, es inconsciencia, es sensación de necesidad, es alegría porque sí, porque el verde es más verde y porque tus ojos cuando me miran tienen el mismo marrón de los troncos de los árboles.
Volviendo a mi caso y a mi carta, las palabras de amor en ella fueron una sorpresa. Yo no pedí una carta de amor, sólo pedí una carta. Él no era una persona muy expresiva y a mí me producía una curiosidad infernal saber qué palabras era yo para él, o mejor dicho, qué palabras elegirían sus sentimientos hacia mí para darme forma en su mente, para hacerme realidad legible, casi palpable. Porque, cuando uno no dice nada sobre lo que siente, para la otra persona es como si no sintiera nada. ¿Cómo dicen? “Si se cae un árbol en el bosque y nadie lo escucha, ¿sucedió?” Algo así. Y así llegó el “te amo” un año y cuatro meses después del primer beso. Este hecho genera preguntas de cierta índole en una virginiana como yo. ¿Seré poco “amable”? ¿Será que no soy una persona tan querible, y que lleva bastante tiempo desarrollar una pasión amorosa por mí? ¿Será que “mi otro” sufrió mucho por amor y entonces decir nuevamente las palabras mágicas era todo un desafío para él? O qué será, qué será, parafraseando a Chico Buarque.
Siguiendo con la historia, “mi otro” era músico. Sí, debo reconocer que tengo cierta debilidad por ese ghetto, especialmente los guitarristas (mi papá era profesor de guitarra, así que ahí tienen mi Edipo manifestándose a pleno), pero la verdad es que, a la luz de las circunstancias y después de trabar conocimiento con algunos ejemplares de esa especie, decididamente tengo que cambiar de rubro; los guitarristas no son para mí. Pero bueno, me enamoré de él, y tal vez haya sido mi gran amor: el tiempo dirá. Lo cierto es que, amándonos y toda la cosa, nunca me escribió un tema. Ojo, lo menciono como un hecho, sin el menor rencor; si no surgió, no surgió, y eso no significa que me amara menos. Pero yo no podía dejar de pensar en Rubina, la mujer de Joe Satriani, a quién él le dedicó “Always with me, always with you”; en Anne, la esposa de Robben Ford, quien le ha escrito varias canciones; en David Coverdale, que no es guitarrista pero es cantante y virginiano, y su “Is this love?” escrita para Tawny Kitaen, y les confieso que deseaba tan secreta como fervorosamente ser aceptada en el panteón de las musas inspiradoras de los músicos… Pero no fue así la historia, y me quedé con las ganas.
Será que yo soy tan diferente… Cuando me enamoro florezco, soy borbotones de palabras, soy erupción de poemas de amor. Sí, yo sí he tenido varios “musos”. No tuve historias de amor con todos, pero hay por lo menos siete personas que me han inspirado y a las que les he escrito poemas. No, no todos están informados de esa circunstancia. En general me da mucho placer mostrárselos a la persona en cuestión, ofrendárselos, pero no siempre lo he hecho. Hay quienes no saben que ese poema que están leyendo fue concebido para ellos; hay quienes conocen uno de los varios poemas que les escribí; hay quien conoce todos lo poemas que mi amor inquieto por él produjo. ¿Reacciones? Uff, de todo. El que me dijo “gracias” y nada más (¿lo pueden creer?), el que con sus ojos bajos me demostró su emoción sin decir nada, el que me miró a los ojos después de leerlo y me hizo sentir desnuda, avergonzada, pudorosa, tan endemoniadamente viva. Manifestarle un sentimiento a otro es, en mi humilde opinión, una de las experiencias más extremas, ansiadas, temibles e imponentes que podemos vivir en la vida; nada te hace sentir más presente, más vivo, más humano, más vulnerable, más fuerte. Entonces, ¿me puedo quejar de algo por ser la que ofrenda y puede sentir todo eso, y no la que recibe la canción, el poema, la carta? No. Todo lo que me ha sido dado por el sólo hecho de escribir, expresar y dar es tan maravilloso, que no me perdonaría refunfuñar. Sólo digo que tal vez, alguna vez, me gustaría saber qué se siente estar del otro lado, del lado del rostro con ojos abiertos y estupefactos, con la inhalación suspendida por la sorpresa de la ofrenda espontánea, fresca como la primavera, dulce como la miel de las abejas.